30| Finale

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Lana tomó sus pertenencias aún sin saber cómo había llegado ahí. Se sentía desorientada, con un poco de miedo y con ese sentimiento de que algo le estaba faltando. 

--Gracias --le dijo a su enfermera, la chica rubia que la había atendido hasta ese momento. 

--Ha sido un placer --la chica hizo una pausa y añadió--: Llamamos a tus contactos de emergencia para avisar que estabas aquí, espero no haya sido mucho.

--Si, está bien --le sonrió y simplemente salió de ahí. Llevaba consigo la pequeña maleta con la que había llegado, su teléfono en carga completa y un cargador que no recordaba haber adquirido. Billie los había intercambiado por accidente cuando ella la llevó hasta el hospital. 

--¡Lana! --alguien exclamó en la sala de espera cuando ella hubo llegado hasta la planta baja. 

Claro que no estaba bien, la única bendita persona que había contestado el teléfono había sido Gale, su ex-novio, ex-prometido... como sea que lo quieran llamar; un tipo de baja estatura, rubio, bonitos ojos azules y una sonrisa radiante que engañaría a cualquiera. Si el desconcierto de haber llegado al hospital y estar inconsciente por semanas no le había sido suficiente, ahora tener que lidiar con él lo sería.

--¿Gale? --preguntó sin un atisbo de felicidad. 

El chico corrió hasta ella para abrazarla, pero Lana dio un paso atrás sintiendo su piel rizarse. Cuando había huido de la casa de Gale fue ese momento cúspide en el que decidió que no quería más violencia en su vida. Quizá él nunca le había pegado o quizá levantado la mano, pero bastaba con las cosas que lanzaba con fuerza cerca de ella o la vez que enterró su puño en la pared, incluso ese momento en que le gritó que ella no era nada sin él. 

¿Hasta qué punto hay que llegar para decir que sufres de violencia?

--Gracias a Dios estás bien --se acercó a tomar sus cosas pero ella no lo permitió. 

--Si, no necesito ayuda.

--Tuviste una contusión cerebral, claro que necesitas ayuda. 

--Gale deja de fingir --respiró sintiendo que el aire en sus pulmones no estaba alcanzando como era usual--. Que haya olvidado borrarte de mis contactos de emergencia no significa que quiera de tu ayuda. 

Salió del hospital aún con el cerebro palpitándole, la luz del sol le quemó en los ojos. Alguien pasó a su lado chocando con ella y tirando el ramo de flores azules que habían dejado en su habitación con una nota que decía que te mejores.

--Lo lamento --recogió su ramo mientras sentía que alguien la miraba de lejos. Buscó en todos lados la persona a la que le correspondían los ojos pero solo encontró a Gale saliendo a toda prisa por la puerta. Genial, ahora tendría que andar al menos dos horas y media atrapada en un auto con él. 

Continuó su paso hasta llegar al auto, subió sus cosas, dejó las flores azules en el asiento del copiloto sintiendo que ya había visto esto antes... Unas manos suaves, delicadas y la voz más pacífica que había conocido. Recordaba un tarareo en su oído que le recorría desde el cuello hasta la punta de los pies...

Gale tocó el vidrio del auto trayéndola a la realidad.

--Lana, por favor, no hagas esto ahora. Ya supéralo. --Ella encendió el motor, bajó la ventanilla y entonces respondió:

--Yo ya lo superé --colocó la primer velocidad--, y espero que tu también lo hagas. 

Se fue de ahí sin mirar el retrovisor. Quizá con una sola mirada de inquietud, quizá un poco de duda o morbo que la hubiera hecho dar un vistazo atrás, el recuerdo ya estaría completo. 

Billie aguardó durante días afuera del hospital ayudando a la gente a subir y bajar de sus vehículos, fingiendo llamadas telefónicas, comiendo de la máquina expendedora; todo con tal de tener su despedida. Era ella quien miraba de lejos mientras con amor miraba como Lana abrazaba las flores azules que había dejado a hurtadillas.

Lana piso el acelerador y decidió volver al lugar que llamaba casa, quería tomar todas sus cosas y mudarse de ahí. Se había dado cuenta de que estaba perdiendo el tiempo en lo que sea que estaba haciendo de su vida. Tendría que llamar a su trabajo y renunciar, encontrar una nueva forma de ganar su dinero y quizá mudarse de casa. 

Billie miró desde la cabina telefónica cómo era que Lana emprendía su viaje a casa, una lágrima cayó por su mejilla, colgó el teléfono y comenzó a caminar por la vereda hasta encontrarse con Finneas. Ambos caminaron juntos hacía un nuevo atardecer y a la espera de que esa línea temporal se borrara y comenzaran una nueva. 

Pero quién sabe. Lana quería volver a ese extraño pueblo en el que nunca estuvo y Billie no la quería olvidar jamás.

El destino puede jugar en nuestro favor cuando pedimos las cosas con intensidad. 

Y así será...

Las flores que tornaron azules; B.EWhere stories live. Discover now