Capítulo XI Muros de Cristal - Parte X

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Como Raffaele había regresado, y no tenía intención de separarse ni un minuto de Micaela, Maurice y yo pudimos ir juntos a San Gabriel. Mi pelirrojo estaba ilusionado con mostrarme un nuevo sendero que atravesaba los bosques y por el que se podía llegar directamente a la calle San Gabriel, en las afueras de París. Era el mismo que Philippe había utilizado tiempo atrás, pero se desviaba en algún lugar para entrar en las tierras que Maurice obtuvo de su Majestad.

Gracias a que mi amigo había mandado a derribar árboles para ampliarlo, pudimos recorrerlo a galope. A medio camino, al llegar a cierto claro, los pilluelos y su jefe se detuvieron para revisar varias trampas que habían colocado el día anterior; consiguieron dos liebres atadas por una pata que, agotadas de tanto luchar por escapar, esperaban su triste final.

—Servirán para la comida de hoy —anunció Maurice satisfecho—. El otro día vimos a un ciervo, espero cazarlo pronto.

Todo lo que cazaba en aquel lugar estaba destinado al almuerzo de las gentes de la calle San Gabriel. Me explicó que habían llegado a un acuerdo y, mientras un grupo de personas se dedicaba a acondicionar el campo para la siembra, otro grupo procuraba el almuerzo.

Al llegar a la calle San Gabriel me sorprendió ver una gran cantidad de hombres trabajando en el campo. Cortaban árboles, desenterraban raíces enormes, desmalezaban e intentaban aprender a hacer surcos con los arados y los caballos de Clément. Según Maurice, ya habían conseguido preparar la cuarta parte del terreno destinado a la siembra y estaban recogiendo la madera para el invierno.

Como era de esperarse, la gente recibió a Maurice con alegría, sobre todo al ver que no llegaba con las manos vacías. Vale decir que también hubo caras sonrientes al verme.

—¡Qué alegría que estés de regreso Vassili! —dijo Etienne, acercándose para abrazarme descamisado y sudoroso. Me sonrojé porque su atractivo era innegable.

—Maurice nos contó que fue un viaje agotador —agregó François, quien al menos conservaba la camisa.

—No me digan que han dejado la universidad para convertirse en campesinos —los regañé.

—No te preocupes —bromeó Etienne—, llegaremos a tiempo a nuestras clases. Queríamos ayudar a organizar el trabajo.

—Ya veremos qué dicen sus profesores.

—Contamos con tu ayuda para impresionarlos —dijo François—, ¿nos darás una lección esta tarde?

—Por supuesto, debo salvarlos de ustedes mismos. Cómo no obtengan las mejores calificaciones, voy a tirarles de las orejas.

—No puedes culparnos por estar aquí, estamos encandilados por el proyecto de Maurice —se excusó François—. No sabes cuántas cosas asombrosas hemos visto en esta calle, hasta la gente más reacia se comprometió de lleno de la noche a la mañana.

—No fue de la noche a la mañana —corrigió Etienne—, sino desde esa noche memorable.

Los dos me contaron sobre la última asamblea en la que todos habían terminado por aprobar la idea de Maurice. Agregaron detalles que mi amado había omitido.

—Maurice nos sorprendió a todos cuando comenzó pidiendo perdón —continuó Etienne.

—¿Qué dices?

—Yo tampoco podía creerlo a pesar de que lo estaba viendo y escuchando.

—Lo dijo con tal sinceridad que a todos nos dio un brinco el corazón —intervino François casi suspirando—. Dijo que no debió haberse marchado enojado en la asamblea anterior, que les había subestimado e irrespetado al presentarse como quien venía a solucionar sus problemas, y que debió prestar atención y aprender de ellos en lugar de creerse un maestro.

Engendrando el Amanecer IIITempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang