Capítulo XI Muros de Cristal - Parte VI

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El viaje a Lyon no resultó fácil, tuve que esforzarme para ocultar ante Bernardette y Didier la marejada de emociones que llevaba dentro. Me pareció injusto opacar su alegría, los dos estaban entusiasmados haciendo planes para aprovechar cada día que pensábamos pasar con Celine.

Me conmovió ver a Didier tan jovial, libre de su uniforme de mosquetero y de la rígida mirada de nuestro padre. Bernardette se mostraba enérgica e independiente, al punto que era difícil verla como la benjamina de la familia. En otras circunstancias yo habría compartido su entusiasmo, pero el recuerdo de Maurice me apuñalaba por dentro.

En mi cabeza lo escuchaba decir esa última frase una y otra vez, y dolía aún más que el día anterior. Sonreír como si estuviera prestando atención a mis hermanos y aguantar las ganas de llorar no podía salirme bien.

—¿Vassili qué te pasa? Estás muy distraído.

—No, yo... de verdad estoy escuchándote, Bernardette.

—¿Te preocupa tu trabajo? —intervino Didier, sonriendo paternal —. ¿O acaso es otra cosa?

La calidez de la mirada de los dos hizo que me sintiera tentado a ser sincero. O al menos un poco sincero.

—Bueno... discutí con un amigo y no pude arreglar el malentendido antes de venir.

—¡Lo sabía! —soltó mi hermano, muy satisfecho por su intuición—. Me pareció extraño que De Gaucourt no te despidiera hoy junto con sus primos.

—¿Ya han tenido una pelea? —se burló mi linda hermanita.

—Fue una discusión, un malentendido... no una pelea. Al menos espero que no lo sea.

—Era de esperarse que ustedes dos discutieran. Monsieur De Gaucourt no sabe cuándo ceder y Vassili... bueno, ¿cómo decirlo...?

—¿Yo qué?

—Tú jamás dudas de que tienes la razón —afirmó conteniendo la risa, Didier asintió apoyándola.

—No es algo para reírse —me quejé bajando la cabeza porque sabía que no podía negarlo.

—No te preocupes —me consoló Didier poniendo su mano sobre mi rodilla—. Tu amigo ha demostrado que le importas lo suficiente como para mover el cielo y la tierra por ti. Estoy seguro de que estará esperándote con los brazos abiertos.

—Yo pienso igual —replicó Bernardette—. Por tanto, no tienes excusa para mostrarte taciturno ante nosotros. Hice un gran esfuerzo para dejar a mis hijos y a Jules solos, a pesar de que sé que encontraré nuestra casa patas arriba, y Didier escapó de sus deberes en el Palacio para que podamos pasar un tiempo juntos. Nos debes tu mejor sonrisa.

—Y la tendrás, Bernardette —prometí conmovido por el cariño de ambos, al tiempo que pensaba en cómo reaccionarían si supieran el tipo de "amistad" que tenía con Maurice.

Al llegar a la villa de los Lambert nos llevamos la sorpresa de que nadie nos esperaba. Celine se quedó sorprendida y contrariada al vernos porque, según nos dijo, tenía entendido que nuestro arribo sería tres días después. De hecho, mi cuñado, Antoine, se encontraba en una jornada de cacería.

Su suegra, la condesa Violet de Lambert, no paraba de disculparse y trataba de arreglar la situación dando instrucciones a los sirvientes para que prepararan las habitaciones lo más rápido posible. Siempre había sido una mujer elegante y amable, mi madre la consideraba su mejor amiga, verla tan avergonzada me entristeció.

Didier estaba seguro de no haberse equivocado en la fecha, incluso mostró la carta que el Conde le había enviado aceptando la visita. No quedaba más remedio que esperar a que el viejo aclarara el malentendido.

Engendrando el Amanecer IIIWhere stories live. Discover now