• CAPÍTULO 96 •

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—¡Arriba! —les grité a las niñas y corrí a la ventana rota y le apunté al sujeto de dos metros con mi revólver—. Baja el arma chiquitín.

—Sabía que te conocía de algún sitio —ya lo recuerdo, es el sujeto que me jaloneó en ese lugar—. Eres la cara de todo San Francisco.

—Me gusta llamar la atención.

—A mi jefe le encantará saber que te he encontrado

—Me vale mierda lo que le guste a Harry.

—¿Harry? —ríe—. Oh no, más bien Carlo.

¡Las niñas!

—¡Aaahhh!

Alguien había entrado por la ventana de la recámara, maldita sea las tienen.

El sujeto caminó a mi y yo no lo dejé de apuntar hasta que me disparó y la esquivé.
El tiroteo entre los dos fue al instante.
Me tiré detrás del sofá para dispararle y éste se dejó caer detrás de la mesa, tenía que ir por las niñas, así que improvisé tomando una lámpara y se la lancé por el aire, esta se le estrelló en la cabeza lo cual me dio una ligera oportunidad de correr por ellas.

Al entrar, un hombre tenia a Lily y Madison le apuntaba con una escopeta al que trataba de llevársela.
Lo tomé distraído cuando le disparé, sin embargo por la poca luz sólo le di en la oreja.
Lily le soltó un gancho derecho en la costilla y se dejó caer haciéndole una llave, lo cual me resultó difícil dispararle de vuelta.

—¡Llamen a Brooks! ¡Ahora!

—¡Llámalo en el infierno! —grité y sin ver le disparé entre las dos cejas por pura suerte.

Quedan dos.

El que estaba con Madison la sujetó del cabello y la arrastró por el lugar, Lily fue por ella y yo estaba por hacer lo mismo pero un fuerte puño se estrelló en mi nuca haciéndome caer al piso.

—¡Joder!

No pude pararme, el hombre me pisoteó la espalda una y otra vez hasta impedirme el movimiento.
La pistola había volado muy lejos, las niñas habían sido atrapadas por el otro sujeto y estábamos en nuestra perdición.

—Cobraremos una gran fortuna por ustedes.

El que me inmovilizó por su peso sacó una radio y habló. Maldita sea.

—Aquí habla número 37, dile al jefe que tenemos a sus hijas y a la esposa de Pasquarelli a un par de kilómetros al Norte de nuestro lugar.
Cambio.

—Número 37 soy 68, ya mismo vamos para allá.

Metí mi mano sigilosamente por mi pantalón hasta más abajo de mi entrepierna y saqué mi pequeña navaja.

—¡Perra!

Su miembro masculino fue la víctima.
La radio cayó al suelo, volví a tomar la navaja y a punto ciego lo lancé en el aire hasta encajárselo al otro sujeto en el cuello.
Cayó al piso en dos segundos, Madison lo volvió a tomar y se lo volvió a encajar muchas veces hasta confirmar que había muerto.

El de la herida en la entrepierna había huido.
Las niñas tomaron sus armas y corrieron tras él, en cambio, yo presioné el botón para hablar a través de la radio.

—37, ¿estás ahí?

—37 ha sido castrado a manos mías. Y eso haré cuando te vea maldito animal, aquí te espero.

Lo rompí.
Salí corriendo al monte en busca de ellas, me encontré con la escena de que Madison estaba tirada golpeada y Lily estaba siendo cargada por el hombre en su hombro.
Apunté desde lo lejos, pero era imposible, podría darle a la niña.

Tú, Yo y El Mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora