Bellas Escamas

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-¡Somos serpientes, por amor a Merlín! - gruñó Regina levantándose de la cama.

-¡Sí! ¡Serpientes ignoradas! -le regreso Bartemia mientras le lanzaba una almohada que la pelinegra no pudo sortear, dándole de lleno en la cabeza.

Eran 4 personas en esa habitación, 4 Slytherin que lloraban su miseria como las reinas del drama que eran.

Los Slytherin tenían la fama de ser fríos, ariscos y amargados, personas con las que definitivamente no quieres una relación por la falta de atención que te pondrían.

Vil mentira.

Las serpientes eran tan exigentes de atención que era difícil mantenerlas contentas, incluso los celos eran melo dramáticos para tener aún más atención. A las serpientes les gustaba ser mimadas, les gustaba ser el centro de atención de la persona que más quieren y se esfuerzan por retribuir, porque no quieren la atención de nadie más que su pareja.

Por lo tanto su orgullo de reptil de sangre fría les estaba jugando una terrible pasada... A las 4.

¿Y es quien no se sentiría mal si pasan de ser percibidas para aquella personas por las que usarían rojo y dorado?

Bartemia estaba irritable y terriblemente alterada, era ella quien llevaba más tiempo de noviazgo con Pettegrew, sabían cuánto le importaba Petite a Bartemia, y fueron testigos de la cara de la serpiente cuando el trato de Petite fue distante.

Basta decir que de eso habían pasado horas.

Lucía las vio por el espejo, en otra situación regañaria a Bartemia pero ahora su mente estaba en otra cosa. Cepillando su largo cabello rubio platinado hasta estar segura de que se veía sedoso. Se dio un chequeo en el espejo.

Su piel se veía lisa y suave, su cabello brillante y sedoso, sus labios carnosos pero con una bella forma, sus claros ojos grises y que decir sobre su cuerpo. Se veía preciosa pero no estaba satisfecha. Tocando sin pena su propia anatomía, llevó sus manos a su busto, alzandolo y acomodando la camisa para que se viera aún más.

Estaba despampanante, como siempre, y aún así había sido pasada de largo. Esa tarde Remi había visto religiosamente hacia arriba todo el tiempo, no le había dirigido ni una mísera mirada aún si se tomó una eternidad en el baño aquella mañana para verse increíble y encantar a la leona. Miró con algo de recelo el reflejo de sus abultados pechos en el espejo.

-¿Sera que ya no le gustan? -se preguntó en un susurro.

-Dudo que así sea cuando antes estaba babeando por ellos- le respondió una voz a sus espaldas.

Lucía miró sobre su hombro para encontrarse con una delgada figura de su amiga en la cama.

Serena estaba tranquilamente sentada sobre la cama recargando sus brazos en sus rodillas. Alzando levemente la cabeza para ver a la rubia pero volviendo a su escondite de cabello al poco.

-Eres una mujer preciosa.

Y aunque eso para cualquiera sonaría como un halago simple, para Lucía aquello iba más allá.

-Tú también eres una mujer preciosa- le regresó mientras se levantaba e iba con ella, sentandose a su lado y atrayendola a sus brazos.

Sabía lo que debía estar pasando por su cabeza y nada era amigable consigo misma, Selena siempre se mostraba segura e imperturbable a comentarios sobre su aspecto, pero de vez en cuando los comentarios y sensaciones de inferioridad la sobrepasaban y hacían que pensara lo peor de su cuerpo, haciendo ojos ciegos a la belleza que poseía.

No debía estar muy bien al ver a la chica que le gusta guiñarle el ojo a otras muchachas de buen ver e incluso abrazar a un chico muy sonriente y animada. Sí, amar a los Black era una jodida tortura.

One-shots HP (primera generación) Where stories live. Discover now