XXXIX

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La palabra «serendipia» yacía escrita en una de las paredes de madera de la cabaña, junto a la vista de los miles de girasoles que miraban directo a la estrella amarilla en el cielo. El paisaje seguía siendo el mismo, la revolución no había ganado, pero al menos las enseñanzas tallaron el terreno para un futuro levantar.

Jisung sostuvo la piedra que usó de pincel en su mano derecha, antes de lanzarla con fuerza hacia un punto que desconocía. El dolor en su pecho fue protagonista de su mente por unos segundos, pero era un dolor leve, de aquel que sabes que a la larga cicatriza. Lo quieras o no. No dura por siempre.

Estaba enojado. Por supuesto que lo estaba. ¿Con qué derecho podía Minho decirle en susurros a su corazón que lo amaba y luego marcharse sin hacer un solo ruido? Era injusto.

Para Jisung, quién tenía un papel arrugado en su mano, le fue insuficiente un par de palabras de aliento para reparar una grieta tan profunda en el corazón.

Minho le había dejado aquella carta encima del piano para que, a la mañana siguiente, cuando Jisung abriera los ojos y estos se empañaran con miedo a estar otra vez solo, se diera cuenta que para todo hay una explicación. A veces, duele tanto como una espina en el pecho, pero es parte de la vida sentirse perdido y aceptar que encontrarse es labor individual y personal.

Jisung leyó la carta. Dejó que cada palabra de Minho se la tragara su corazón, se sintiera lleno y se convenciera de que, definitivamente, amar a un hombre podía ser ilegal para el mundo, pero no para su mente. Jisung amaba a Minho, y a eso no había forma de evitarlo.

Ni siquiera obligándolos a ser escritos en el final de un cuento de monstruos y escalofríos, de aquellos que cierras antes de dormir y pides olvidar cada renglón para no ser atormentado entre sueños.

«Me gustaría pensar que, en estos momentos, estás en medio de la cabaña, rodeado de la flor más hermosa del mundo. Me gustaría imaginarte entendiendo lo hermoso que eres cuando eres tú mismo y más me encantaría ser testigo de tus primeros vistazos realistas. Me gustaría pensar que una sonrisa está iluminando tu rostro, pero sé perfectamente que me la he robado en mi huida, y créeme, amor, no hay nada que me duela más que eso. Aunque mis inseguridades me contradigan los sentimientos, no mereces que el daño sea causado por una mano temblorosa como la mía. Mereces crecer, prosperar, avanzar y dominar el mundo entero si eso quieres, porque puedes, Jisung. Puedes y lo sabes».

Por unos días, Jisung no se atrevió a salir de su cuarto. La primavera podía estar más cerca que un abrir y cerrar de ojos, pero por dentro caía torrencialmente una lluvia abundante y despiadada.

«No volví a la fiesta de antifaces para lastimarte. Jamás en mi lóbrega vida me atrevería a tocar de manera impura ese órgano que te mantiene con vida, amor. Volví para despedirme con aquello que la vida entre apuradas no nos permitió hacer. Vine a decirme a mí mismo que una parte del negro por siempre estará manchada de dorado. Vine a decirte que aún no entiendes lo mucho que brillas y lo lejos que puedes llegar si no te dejaras apagar por el resto».

Jisung estaba desorientado en su propia mente, y tenía miedo de ser incapaz de encontrarse a sí mismo allí dentro. Temía entender las palabras de Minho, porque bien sabía que entenderlas era el primer paso para aceptarlas y apoyarlas.

«Jisung, volví porque debía ser yo quien enfrentara mi reflejo y las consecuencias de evitarlo. Volví solo para que escucharas la explicación que mereces y pedirte perdón de rodillas por no saber enfrentarme correctamente a esta revolución que iniciamos».

Las palabras de la carta hicieron eco en la mente de Jisung por semanas enteras. Y cuando llegó la fiesta de primavera y Lune le ofreció ir juntos, un recuerdo doloroso cruzó por su mente, lo único capaz de desestabilizar lo poco cuerdo que quedaba en su vida.

Our Fairytale - [Minsung] [✓]Where stories live. Discover now