XII

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Minho apoyó la caja de madera con margaritas en el suelo, sintiendo su espalda gritarle con dolor el peso de los años. Una sonrisa se formó en su rostro incluso con las presiones molestas y acomodó ese mechón negro con un soplido rápido que siempre parecía revelarse ante la naturaleza del resto de su cabello.

Jeongin, a su lado, apoyó una caja de tulipanes precisamente cortados y se sentó en el suelo, justo a un costado con las rodillas en alto y apoyando sus antebrazos encima. Un suspiro se escapó de sus labios y su pecho subía y bajaba respecto a los latidos acelerados de su corazón.

—Jeongin Yang, solo cargaste una caja —reprochó la señora Yang, la madre del pelinegro de ojos verdosos—. ¿Cómo puedes creer que tienes el derecho de descansar?

—Creía que ese era un derecho humano —bufó el menor con pesadez, aun así, una sonrisa leve bailaba en sus labios.

—Levanta tu cuerpo y ayuda a tu madre —insistió Lada, quien Minho ya conocía como un familiar.

La madre de Jeongin era la primera mujer que le había comprado una poesía cuando, sin querer, leyéndola en voz alta, la mujer lo escuchó. Desde ese momento, la señora Yang era la primera en correr todos los lunes hasta la misma calle del reino de Alsanne, luego de acompañar a Jeongin al castillo, para buscar al bastardo del que aún desconocía su nombre, pues Minho se había negado a decírselo de cualquier forma, eso arruinaría su reputación ante ella y agradecía que Jeongin no se lo contara.

El joven de sonrisa brillante y ojitos de zorro se había vuelto un amigo con los años y eso era difícil de conseguir para alguien como Minho.

—Estas cajas pesan demasiado. A veces me pregunto si realmente hay flores y no otra cosa —continuó quejándose el menor, soltando entre suspiros dramáticos sus palabras y volviendo a levantarse del suelo. Minho apoyó sus manos en la mesa que usaba la mujer de separador entre el cliente y el vendedor.

—Ah, este niño... —soltó Lada, negando con su cabeza y acercándose a Minho mientras se sacaba unos guantes de jardinería—. Me alegra que estés aquí ayudándonos, escritor. No sabía que visitaba el pueblo de Nedhia tan seguido, de saberlo, podría verlo más a menudo, joven.

—En realidad, señora Yang, no suelo venir. Hoy vine porque tengo un asunto importante que atender, me iré al atardecer, por eso me pareció oportuno ayudarla —dijo Minho, sonriéndole alegremente a la mujer y acomodando su postura ante ella por respeto, pues era la única que Minho creía que lo merecía.

—¿Está aquí por una dama? —La señora Yang apoyó su mano en su pecho con una mirada llena de ternura—. Los últimos textos que me ha estado dando son todos demasiado románticos, ¿Hay alguna doncella tocando las puertas de su corazón, escritor?

Minho soltó una risa, y elevando sus cejas, bajó su mirada al suelo, siendo incapaz de contarle la verdad, pues sea quien sea, lo que sentía su corazón era erróneo y lo peor que podría pasarle sería recibir algún tipo de odio por parte de las pocas personas que aún parecían quererlo de cierta manera.

Tenía el miedo constante de que el mundo supiera quién era detrás de su pluma al escribir, de su antifaz en una noche de mil estrellas y de una labia educada y poética para cubrir un dolor con alguna metáfora menos cruel.

No, él no era un mundo de dulces y colores, pero si quería encajar debía pintarlo como tal y esconder el negro en los rincones.

—La verdad, señora Yang, ha dado en el clavo. Hay una persona rondando en mi cabeza últimamente —afirmó Minho, sintiendo el calor subir a sus mejillas.

No era alguien que se caracterizaba por hablar sobre sus sentimientos, pero a veces le gustaba contarlos; afirmar en voz alta que seguía siendo tan humano como quien porta una corona o vende flores en un carro de madera.

Our Fairytale - [Minsung] [✓]Where stories live. Discover now