XXXIII

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Los árboles alrededor pasaban tan rápido que apenas eran captados por el ojo humano de Minho. Los pies comienzan a dolerle, pero el dolor instalado en su pecho por dejar atrás a su única luz entre tanta sombra era incomparable con aquellos raspones en sus rodillas o los cortes en su cara por alguna rama suelta.

Minho corría, venía corriendo hacía más de media hora y no se había detenido. Temía que si lo hacía, sus pies jugaran un pacto injusto con su corazón para desafiar a su mente y se dieran la vuelta para regresar a por Jisung; una parte de él sabía que lo haría.

Quería dejar de pensar, pero nada ocupaba un lugar más grande que Jisung en su cabeza. Nada excepto ese castillo al que llegó luego de diez minutos más corriendo.

Sus pies se frenaron de golpe y su respiración agitada iba acompañada de un jadeo irregular. Su vista se alzó del suelo directo a ese castillo en plena madrugada y se detuvo en la luz naranja de una vela que hacía presencia en uno de los cuartos del castillo.

Minho sonrió, incluso si su corazón iba más rápido que una galopada de caballos, un pequeño sentimiento cálido se instaló cuando todos sus planes se volvieron a armar. Chris estaba despierto.

Minho había ido hasta el castillo que le ocasionó más pesadillas que amores solo para despedirse de una última persona incluso si eso le costaba toda la huida. Se lo había prometido de todas formas, Chris fue el primer barco improvisado de papel que encontró perdido en tanta marea.

No podía dejarlo hundirse solo por su característica forma de ser como un ancla en la vida de todos. Minho no iba a dejar lágrimas secas en las mejillas equivocadas.

Corrió por el bosque hasta el establo. Entró por la ventana del fondo que siempre había usado para escapar, irónicamente, de ese lugar al que estaba volviendo. Pasó a su habitación, aquel cuarto en el establo con humedad en su techo y heno en el suelo. Estaba de la misma forma que lo había dejado aquel inicio de primavera.

Tomó todas sus cosas, deteniéndose antes para juntar un par de hojas, una de sus plumas favoritas que había recibido de regalo por parte de la señora Yang y se sentó en su cama. Cruzó sus piernas y apoyó las hojas en una tabla de madera que solía usar en altas horas de la noche.

Necesitaba enfriar la mente, pero en esos momentos de desespero, Minho solo quería asegurarse de no haber arruinado nada haciendo presencia en la vida de los demás.

Dejó que su cabeza se abriera paso en esa habitación escondida en un castillo de mentiras. Dejó que cada sentimiento que alguna vez habitó en su pecho se extendiera en letras que con un poco de agua se borrarían. Permitió un último encuentro entre su mano, la hoja y un sin fin de emociones. Lo permitió para despedirse bien y para realizar algo que esperaba no se arrepintiera luego.

Minho había pasado su vida entera escondiéndose. Sus talones tenían dos cadenas con las que nació y el mundo lo tachó de representar el pecado como si la culpa la tuviera él.

Lo que menos deseó aquella noche fue dejar que sus cadenas le impidieran moverse también a las pocas personas que llegaron a salvarlo. A aquellos que dibujaron alas en una espalda destinada a los latigazos del castigo.

Terminó cada sobre, los cerró de manera prolija y esperó que su plan saliera bien. Realmente lo deseó.

Cerró su bolso, se detuvo antes de salir para recordar cada esquina, el olor a heno y los pasos llenos de tierra en el suelo. Miró los dibujos en las paredes incluso si amaba más la escritura, el arte se presentaba en su vida de mil maneras y también lo adoraba.

Miró cada detalle, cada madera suelta, cada astilla que le había hecho la vida imposible y lo alejó todo. Lo tomó, lo miró unos segundos, pero al final, lo volvió a dejar, porque si quería continuar con una vida lejos de allí, lo debía hacer con el corazón libre de ataduras.

Our Fairytale - [Minsung] [✓]Where stories live. Discover now