Siempre me había querido saber cómo funcionaba el instinto materno.

Cuando era una niña mi madre era la persona que más admiraba gracias a su fortaleza e independencia, pero también por su frivolidad. A medida que crecí entendí que mi madre no era nada de eso, por el contrario, solo era una mujer intentando ocultar sus debilidades detrás del maquillaje, títulos de propiedad y un renombre importante en la política para saciar su ego fracturado y el hogar roto donde vivía.

Antes de que todo ocurriera, en el camino me había pedido llamar a un familiar en el que aún confiaba en caso de emergencias. Sus planes eran sacarme del país y llevarme con su medio hermano materno, el tío que solo había visto en un par de ocasiones en mi vida, y mantenerme recluida hasta que las cosas mejoraran.

Aunque eso no iba a ser posible, ya que esa tarde, luego de diecisiete años, mi madre estaba dando su vida para mantener a la mía.

Contra todo pronóstico esta se atravesó frente a mi cuerpo, cubriendo todo mi cabeza con la extensión del suyo propio y recibiendo después el impacto limpio de las balas que se suponían eran para mí.

Sangre brotó de su boca, manchándome el cuello y los hombros con salpicaduras amargas. Sus manos me tomaron fuertemente, haciendo todo lo posible con la vida que le quedaba para que yo no me pudiese levantar.

El hombre dijo un par de palabras que en mi cabeza solo sonaron como sonidos guturales e inconexos, aunque después de unos segundos pude traducirlas como una maldición.

Ya había logrado su cometido, por lo que simplemente se dio la vuelta para partir sin mirar atrás.

Me levanté como pude, ayudando a regresar a mi madre a su asiento para inspeccionar los daños de lo que había ocurrido.

La vida en solo segundos se estaba desprendiendo de sus ojos, dejando un profundo vacío donde antes había un par de iris de un color verde similares a los míos.

—Lo siento, de verdad lo siento —le dije a mi madre sollozando—. No quise que esto pasara.

Con las manos tambaleantes, intenté hacer algo de presión en la herida que estaba sobre su pecho, pero la hemorragia era incontrolable y parecía que entre más la tocaba más sufría. La sangre brotaba de todo su cuerpo, se veía horrible y sabía que si algo no pasaba rápido no iba a sobrevivir.

Tenía miedo, ya que no sabía cómo actuar, por lo general siempre me congelaba en esa clase de situaciones. Mi cerebro hacía un corto circuito y mis neuronas procesaban los pensamientos de forma discontinua. Me sentía como una inútil y estaba comenzando a culparme de lo que pasaba, repitiéndome a mí misma que esas balas eran para mí.

La miré de frente, con el ceño fruncido y la garganta seca. Mirando en el auto destruido que podía encontrar para vendar.

—¿Quieres que te cuente una historia, Kira? —La voz de mi madre, a pesar de que sonaba agonizante, seguía teniendo la típica nota ácida de cuando hablaba con normalidad.

Yo negué con la cabeza, queriendo que guardara fuerzas e intentara aguantar. Estaba rogando que alguien nos encontrara a tiempo antes que esta se desangrara.

—»Cuando era una niña me pedías que te contara historias y estoy segura de que no lo hacía. No estaba preparada para ser madre y te veía como una carga para mí a pesar de que ya era una mujer lo suficientemente adulta para cuidar de ti. Que ironía, ¿no?

Aquello era cierto y ya no quería hablar, sin embargo no me negué a responder.

—¿A qué te refieres ahora? ¿No sabes que estás a punto de morir? ¿Por qué sigues hablando de esto? —Las lágrimas me corrían por las mejillas, y no dejaba de sorber por la nariz entre palabra y palabra.

Mátame Sanamente Donde viven las historias. Descúbrelo ahora