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Sujetó el cigarrillo entre sus dedos y lo llevó a sus labios, había una pizca de duda ante esa oferta, pero era porque es quizá la primera vez que podía fumar sin que hubiera una excusa detrás. No había ningún tipo de aroma cobrizo en el ambiente que buscara camuflar, tampoco había una atrocidad ocurriendo a sus espaldas cómo para que buscara poner su atención en otro lado, aceptando incluso al mareo inicial e incluso la sensación de ahogo cuando no era suficiente distracción y terminaba inhalando de forma equivocada. Este tipo de calma era extraña para él. Unió sus labios e inhaló, no esperó a exhalar para devolverle el cigarrillo al detective, aún tenía la vista sobre el libro para no dejar ir el humo cerca del rostro ajeno, solo por simple costumbre.

— Nah, encenderé otro, no te preocupes, — escuchó a Sherlock decir mientras volvía a darle la espalda para regresar a la ventana. No sabía por qué el gesto le decepcionó, no tenía tantas ganas de fumar ahora, pero suponía que lo terminaría solo para no malgastarlo. Al igual que Sherlock, se levantó y antes de ir en dirección a la ventana dejó el libro boca abajo para detenerlo en la página dónde se habían quedado, quizá podría retomar esa lectura antes de que la reunión acabara.

Llegó justo a tiempo para ver al ojiazul con el cigarrillo entre sus labios, cubriendo la flama de un cerillo mientras lo encendía y presenció la primera calada. Se preguntaba si él también vivía su adicción bajo la excusa de relajación, si la neblina mental que solía ocasionar le desconcertaba o le parecía atractiva de alguna forma. Quizá le ayudaba a pensar, o quizá solo desencadenaba el proceso por accidente cuando actuaba impulsivamente y una emoción fuerte apagaba el sentido común, quizá tendría que preguntarse si él también pasaba por momentos donde su cuerpo actuaba pero no había conexión alguna con lo que su cerebro buscaba procesar al momento, y luego podría preguntarse si eso le impulsaba también. Tiene que haber una razón por la cual él cenicero en la mesa estaba lleno de colillas olvidadas. O múltiples razones. Quizá ellos no razonaban de la misma forma.

— ¿Cuántos más crees que serán? — preguntó Sherlock mientras levantaba su vaso casi vacío, e inclinaba su cabeza mientras daba el último trago.

William miró sobre su hombro en dirección a las botellas sobre la mesa,— Cinco quizá, — respondió mientras devolvía su atención hacía Sherlock, y volvió a dar una calada.

— ¿En tres horas? — especificó, haciendo que el rubio riera bajo y luego respondiera, — quizá menos.

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