El monstruo de ojos rojos

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―¿Perdón? ―escupió Verónica―. ¿Se puede saber quién eres?

Solo podía ver sus ojos en la oscuridad, pero bastaban para saber que no era humana.

―Eso ahora poco importa.

―¿Entonces?

―Olvídate de tu vida esta noche ―dijo―. Ahora es mía, y de nadie más.

―Sea lo que sea que pretendas hacer, no te dejaré.

Sus ojos brillaron en respuesta y una sonrisa precedió a una nueva dosis de carcajadas.

―Si te sientes más tranquila, prometo no tocar a tu escamado amigo.

―¿A Laxus? ―Esta vez fue Verónica la que sonrió―. Es un cambiaformas, ¿crees acaso que podrías contra él?

―No lo creo, lo sé.

Y entonces, un ligero movimiento de sus brazos retomó la tortura. Solo tuvo que extender las manos en su dirección para conseguir que la marca de su pecho se activara de nuevo, arrancándola más de un grito con los que parecía disfrutar, colmando su gozo, al verla en una situación tan denigrante, presa de una maldición tan poderosa.

―Solo será esta noche ―la dijo, y la oscuridad respondió a sus palabras.

Verónica escupió la sangre de su boca y vio cómo la negrura se alimentaba del líquido carmesí que caía por sus brazos debido a las afiladas espinas del rosal.

Había estado en peores situaciones, saldría de esa.

Espero, se dijo.

La niña soltó una carcajada, tan solo una, cuando pensó en una manera de escapar de ella. Golpeó su cabeza con un dedo, inclinándola hacia un lado, mientras fijaba sus ojos en la mata escarlata que cubría su cabeza. Si bien la criatura apenas tenía ojos y boca y el cuerpo rodeado de oscuridad, que marcaba su silueta, intimidaba más que cualquier otro monstruo al que se hubiese enfrentado en el pasado. Incluso Laxus estaría de acuerdo si estuviese ahí...

Sus ojos eran dos ventanas al Infierno, pero su sonrisa bastaba para borrar toda esperanza.

―Puedo escuchar tus pensamientos, Verónica ―la advirtió―. Y te aseguro que no vas a poder escapar fácilmente de aquí, lamento decírtelo, aunque me divierta enormemente ser la causa de tu sufrimiento.

Verónica reaccionó rápido a su próximo movimiento. Pegó un salto hacia atrás al ver que sus brazos volvían a extenderse, apuntándola, con la única finalidad de activar el rosal. Su energía demoniaca activaba la marca, y eso, la niña lo sabía. Se estaba aprovechando de ello.

Suspiró con dificultad.

Si ahora reaccionaba de esa manera, ¿qué pasaría si los metros que las separaban desapareciesen de repente y no quedara centímetro alguno entre ellas? Eso era algo que, por su bienestar, prefería no comprobar.

―¡Aléjate! ―bramó.

―No es mi culpa que tengas esa cosa en el cuerpo ―se excusó el demonio.

―¡La estás provocando!

La sonrisa de la niña la respondió por si sola. Lo estaba haciendo con ese fin, divertirse a costa de su sufrimiento, agitando el arma mágica que manchaba su piel y la vinculaba a al dueño de la maldita magia que le daba vida.

―El que te marcó ya se ha divertido suficiente...

Un segundo después, y aunque intentó retroceder para alejarse de ella, el demonio de ojos rojos apareció suspendido en el aire. Lo suficientemente cerca para colocar las manos sobre sus mejillas, sin llegar a tocarla, mientras la observaba.

Antología: Criaturas de la nocheWhere stories live. Discover now