Atrapados

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Por: NaiiPhilpotts

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Por: NaiiPhilpotts

Giro la llave y entro a mi casa. El olor a salsa recalentada que cocinamos anoche invade mis sentidos. Cierro la puerta y cuelgo las llaves en el ganchillo de la pared mientras mi estómago comienza a rugir con una fiereza descomunal. Camino con pesadez hasta el sofá que se encuentra en el centro del living y tiro el morral que llevo a la universidad.

—¡Mamá! —grito.

La llamo, pero ella no me contesta. Miro hacia todos lados y noto que la televisión está alta y me aturde un noticiario que nadie está viendo. Me asomo a la cocina; tampoco está allí. Hay una olla sobre el mechero con agua ya hirviendo; la destapo para que no se rebalse y bajo el fuego al mínimo. Veo que la pasta seca está a un costado, lista para ser echada. Tomo los espaguetis con cuidado, pero unos chillidos que provienen desde el jardín trasero me sobresaltan.

El terror comienza a escalar por mi cuerpo y lo que veo me hace querer huir. Syria, mi perra, acaba de hacer enojar a mi madre.

Y cómo.

Con valentía, salgo a enfrentar mi destino. Cada cosa que mi mascota hace mal recae sobre mí. Dijeron que cuando la perra se volviera adulta, se iba a comportar de manera decente; los años pasan y yo sigo esperando que eso ocurra. Ya asimilé que no va a pasar.

Pregunto qué es lo que ocurrió por pura cortesía, para sondear el asunto y ver qué tan graves serán las consecuencias. Los ojos de mi madre se clavan en mí con una furia casi suavizada. Rápidamente, hago un cálculo mental de cuánto es que va a durar enojada y el resultado es alentador: para cuando nos sentemos a comer todo estará bien, pero se pueden prever lloviznas de reproches durante la semana.

—Tu perra —recalca el «tu» con brutalidad— rompió mis sábanas nuevas. Entró al cuarto de lavado y arrastró el canasto de la ropa limpia hasta el medio del jardín. De todo lo que pudo elegir para romper, se ensañó con mis pobres sábanas.

Sí. Lo sabía. Lo vi al salir al jardín.

El apetitoso plato de espagueti con salsa está a punto de desaparecer

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El apetitoso plato de espagueti con salsa está a punto de desaparecer. Agrego un poco de queso extra a la porción y saboreo los últimos bocados con ansias. Miro a mi madre y me sonríe. Es extraño comer con ella. Durante la semana nunca almorzamos juntas por su trabajo, por lo que yo suelo comer porquerías poco sanas o comprar algo por ahí mientras mato tiempo en la biblioteca de la universidad y volvernos juntas cuando sale de su trabajo las cinco. Los domingos son la excepción y, si llego a fallar, me puede caer una maldición con reproches continuos hasta el domingo siguiente.

Antología: Criaturas de la nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora