El monstruo de ojos rojos

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Sin embargo, al ver el enorme rosal que cubría su pecho en uno de los espejos del lugar, sintió un horrible escalofrío que recorrió todo su ser. No era un tatuaje cualquiera, era una marca demoniaca, un auténtico maleficio creado para torturarla. La tinta del tatuaje cobraba vida con tanta sencillez que parecía como si su dueño tuviese el interruptor en su mano siempre. Aunque la realidad era mucho más aterradora. Él era el botón de encendido, por lo que bastaba de un pensamiento para provocar al rosal.

Verónica inclinó el segundo vaso sobre sus labios, disfrutando del alcohol. Deseaba emborracharse y no necesariamente de oscuridad, sino de aquello que la hiciese olvidar.

―¿Dónde estás, serpiente? ―farfulló, mirando a la masa de gente.

No había rastro de él y eso que ya había pasado bastante tiempo.

―¡Baila conmigo, preciosa! ―Un desconocido se acercó a ella de improvisto, pillándola por sorpresa. En otra ocasión le hubiese seguido el juego, pero ahora estaba más preocupada por el ser escamado al que llamaba "compañero" que interesada en bailar con alguien―. ¡¿Te animas?!

Empujarlo fue sencillo, librarse de él no tanto.

―No, gracias.

―¡No te oí, guapa!

―¡Te he dicho que no! ―exclamó.

Y cuando se giró hacia el desconocido, dispuesta a golpearlo, algo ocurrió.

De repente, por algún extraño motivo, dejó de escuchar la música de la discoteca y los gritos de la gente a su alrededor. Solo hubo silencio, un maldito silencio que la heló la sangre. El calor que pudiera haber sentido en el cuerpo por las canciones bailadas o la cercanía de otros había desaparecido. Y el frío se instaló en represalia, sin intenciones de desaparecer, atravesándola con fuerza.

Algo estaba pasando y no sabía qué era.

Verónica se enderezó, inclinando la cabeza ligeramente hacia atrás.

Su alrededor había sido devorado completamente por la oscuridad y esta parecía tener vida propia allá dónde colocase su mirada. Se movía sin prisa por las paredes del lugar, como una tormenta densa de negrura en la que podía ver vida detrás de la máscara. En especial, un poder que había anhelado en tantas ocasiones y del que muchos le habían advertido el peligro que suponía el simple hecho de intentar controlarla.

Un poder demasiado grande para ella...O eso decían, al menos.

―¿Dónde...?

La oscuridad se movió violentamente a unos metros de ella, formando lo que parecía ser un pozo de piedra, en cuyo borde se encontraba una silueta femenina y de temprana edad. No parecía ser una mujer o una chica de sus años por lo que alcanzaba a distinguir, se trataba más bien de una niña. Esa era la apariencia que había elegido tomar...

Un par de ojos rojos, del color de la sangre, emergieron en el rostro de la niña.

―¿Quién...?

Antes de que pudiera acabar de hablar, o ver bien a la criatura que estaba mostrándose ante ella, la marca demoniaca de su pecho ardió. El rosal se extendió por su piel, acompañado por el infernal dolor que precedía a cada corte de las espinas en su cuerpo. Y la reacción de su maldición pareció entretener al ser de aspecto aniñado, pues al verla sufrir no dudó en reírse con estrambóticas carcajadas que consiguieron alterar su alrededor.

La oscuridad respondía ante ella y, en esos momentos, Verónica también. La marca lo hacía.

―Ni en Halloween me dejan divertirme ―se quejó la niña.

Antología: Criaturas de la nocheNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ