Las palabras deseadas

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Los siguientes días Merlín se dedicó a cuidar de Arturo. Este había tratado de levantarse en más de una ocasión y una de las veces se había reabierto la herida grande así que a Merlín no le quedó más remedio que instalarse en la habitación con este. Aunque se había traído un colchón que dejó en el suelo a su lado. Había sido la única manera de que le dejara dormir fuera de la cama.

Por su lado Arturo se sentía frustrado. No había parado de darle vueltas a cuáles podrían ser las palabras que Merlín deseaba oír pero aún no había dado con ellas. Había probado varias cosas. Se había disculpado por meterlo en un calabozo. Por asustar a Gaius. Incluso por la desastrosa cena que habían tenido juntos pero nada de eso parecía ser lo que el chico quería escuchar. Hasta había hecho que le hicieran ropa para que pudiera cambiarse sin que sirviera tampoco. Y era absolutamente imposible hacer trampas y consultarle a los caballeros. Merlín prácticamente vivía en esa estancia con él. Había tratado de levantarse para ir a consultarlos y solo se había ganado una reprimenda. Nunca antes alguien le había tratado de esa manera. Todo el mundo le trataba con respeto y hacían lo que ordenaba. Pero Merlín era diferente a todos ellos. A él no le importaba decir lo que pensaba aunque eso fuera en contra de las creencias del príncipe. Ni siquiera le importaba insultarle cuando trataba de levantarse o hacía algo que no le gustaba. Y para sorpresa de Arturo esa actitud le desagradaba menos de lo que esperaba. Aún recordaba lo frustrado que había estado el día en que descubrió que sus hombres no se tomaban en serio los entrenamientos o las justas porque temían herirle. No parecía que Merlín fuera un buen luchador de espada pero estaba seguro que si pudiera pelear a su nivel no lo trataría de forma especial por ser de la realeza. Y a pesar de todo eso, el destino de aquél castillo dependía de él. En el jardín quedaban menos rosas de las que deseaba y estaba empezando a pensar que Merlín se había inventado lo de las palabras que quería oír. Al fin y al cabo seguía creyéndose que era un prisionero y eso era lo único que le impedía irse. Y quizás esa era una estrategia para evitar acercarse a él más allá de lo necesario.


      - Hoy estás bastante callado. -dijo Merlín mientras le cambiaba el vendaje

      - ¿Qué?

      - Si piensas tanto vas a empeorar. No estás acostumbrado a ello.

      - Merlín. -gruñó la bestia


Merlín se rió sin poder evitarlo. Le encantaba meterse con él. Era demasiado fácil de picar. Pero hacía días que le intrigaba al príncipe y le apetecía conocerlo mejor. Había visto la admiración de todos los miembros del castillo. Y el respeto que le tenían. Un respeto que no parecía provenir del miedo sino que era un respeto ganado. Y ninguno de ellos parecía culparle de su estado. Y, aunque le costara admitirlo, se sentía cada vez más cómodo en su presencia. Arturo era muy diferente a como había creído que sería un Pendragon. Y le gustaba como era.


      - ¿Tienes miedo de lo que le vaya a suceder a Camelot si no se rompe la maldición?

      - Pienso en ello constantemente. -dijo con una seriedad que sorprendió al hechicero.- Son muchos los territorios enemistados con Camelot. Si mi padre muriera sin que hubiera un heredero legítimo en el trono Camelot no tardaría en caer y su gente sufriría las consecuencias. No solo tengo que preocuparme por lo que están aquí.

      - Vaya.

      - Pareces sorprendido.

      - Bueno, estás aquí. Aislado de todo. No creo que sepas ni lo que está sucediendo en Camelot.

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