11. Rehab

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Bogotá, en la actualidad

- ¿Qué hace, perro? – Le pregunto a Isa.

Está sentado en una de las sillas de playa que sabrá Dios por qué puso en el mini jardín de atrás de su casa. Nos dio llaves a todos para que entremos a usar el estudio cuando queramos, así que me da risa el modo en el que se asusta cuando me oye llegar.

Bloquea la pantalla del celular de inmediato, y me da una mirada rara.

- Viendo lo de Mapache

- ¿Qué cosa?

- Todo lo hicimos de manera verbal, pero queremos legalizar la sociedad, los porcentajes, las acciones, toda esa vaina

- Brutal – Asiento, todavía mirándolo porque de verdad está actuando rato – Marica, ¿qué le pasa?

- ¿Por qué llegó tan temprano? – Me pregunta en cambio

- Porque no estaba haciendo nada y tengo una letra pegada en la cabeza. Quería trabajarla con usted, pero está muy raro. ¿Está ocupado o qué?

- No estoy raro – Se defiende – Si quiere vaya empezando. Yo tengo que terminar una cosa

- Bueno. Voy a estar en el estudio

Lo miro de reojo mientras me levanto y entro de vuelta a su casa, porque conozco a este tipo desde que era un niño, y a mí no me va a decir que no está raro.

Pero también es verdad que tengo una letra en la mente que no me deja tener paz. No puedo disfrutar de mis últimas semanas en casa antes de salir de gira a España si no me saco esta canción del cuerpo, y siempre que me pasa eso, sé que va a ser una canción que vale la pena.

Ya que Isa convirtió las dos habitaciones de atrás de la casa en su estudio, lo puedo dejar con su privacidad y su rareza mientras voy a trabajar.

Empiezo a escribir, grabar, rayar, volver a grabar. Componer solo siempre me ha puesto melancólico, así que tomo una pausa y voy a robar cerveza.

Pero cuando voy en camino hacia la cocina con sutileza ninja para que Isa no se dé cuenta de que le voy a vaciar la nevera, a pesar de que la última vez dije que le iba a reponer lo que me tomara, escucho que está hablando con alguien. Él dice algo y le responde una risa de mujer.

Me quedo congelado a mitad de un paso, porque esa risa me eriza la piel.

Como cuando uno huele el perfume de un ser querido, una avalancha de recuerdos viene a aplastarme, y después de ellos, vienen los sentimientos.

La culpa. La nostalgia. El arrepentimiento. La añoranza.

Sigo el sonido de esa risa casi a ciegas, porque estoy siendo golpeado por las oleadas de recuerdos, incluso si no hay tanto tiempo que recordar como debió haber habido.

Isa me ve primero, y deja de reírse poco a poco. Cuando ella nota el cambio en su expresión, se vuelve para ver lo que él está mirando.

Sus ojos encuentran los míos, y un fogonazo de memorias me azota. Me acuerdo como la vi por primera vez, mirándome de manera furtiva desde el otro lado de la barra de su bar, mientras secaba copas de manera ausente y tarareaba las canciones que sonaban de forma distraída. Y también me acuerdo como la vi la última vez.

Sigue siendo ella, y a la vez no.

Tiene el pelo mucho más corto, solo hasta la base de su cuello. Lleva puestos unos lentes de montura metálica que la hacen lucir intelectual. Va vestida con el disfraz de abogada que solo la vi usar el último día: Un pantalón de lápiz negro, una blusa blanca de una tela medio transparentosa y unos tacones altísimos.

Simplemente pasanWhere stories live. Discover now