10. La última vez

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El lunes, me entero por Pedro de que definitivamente se van a España.

El miércoles, Villa por fin me llama.

Dejo que la llamada se pierda la primera vez. La segunda, le contesto.

- ¿Hola?

- Hola, Lola

Su voz me destruye.

El domingo me emborraché un poquito sola en mi casa, y luego me enojé conmigo misma por estar así por un niño que apenas conozco.

Soy una mujer de 25 años que ha enterrado a su padre, carajo.

No me voy a venir abajo porque el niño decidió que siempre si quiere a la ex.

- Qué hay, Villa – Respondo

- Uhm...¿Puedo ir a su casa? Me gustaría hablar con usted

- Estoy ocupada, y no estoy en mi casa

Pienso en colgarle. Me enojo porque suena tímido y nervioso, pero extrañamente normal.

Suspiro, porque dejar las cosas abiertas no es mi estilo.

Me merezco un cierre.

- Después de las 5, en ese cafecito que hay al frente del Balas Perdidas – Le digo

- Vale – Responde con timidez

- Bien

Y cuelgo.

Tengo un nudo en la garganta, pero me lo trago.

El bar está en remodelaciones esta semana, así que estará cerrado hasta el viernes, lo que me ha permitido adelantar el trabajo legal que tengo pendiente para algunos de mis clientes. Así que es verdad que estoy ocupada y que no estoy en mi casa.

Preferiría dejar las cosas así, pero no quiero otra persona en mi vida que simplemente se largue sin explicarme nada. Quiero que me lo diga a la cara, y quiero despedirme, porque para mí importó en algo.

Cambió algo.

De hecho, cambió más de lo que él jamás sabrá, pero eso no importa.

Me obligo a mí misma a seguir. Me obligo a no llorar, porque no lloras por lo que no importa.

Me obligo a entrar a ese café a las 5:30 de la tarde.

Me obligo a no devolverme cuando sus ojos se traban conmigo desde la esquina del local en donde está esperándome. Me obligo a no derramar una lágrima cuando lo veo sentado ahí, hermoso hasta lo imposible, con la libreta en la que solía escribir mis palabras abierta frente a él.

Me obligo a poner un pie delante del otro y caminar hasta su mesa, a pesar de la manera en la que me está mirando. Es la primera vez que me ve vestida de abogada. Llevo puesta una falda de tubo, una blusa de seda violeta y unos tacones negros charolados que hacen todo un "toc, toc" dramático musicalizando mi camino hasta su mesa.

Se pone de pie y se sienta de manera inútil cuando saco una silla para dejar el bolso de mi computador portátil, y luego otra para sentarme.

Un mesero demasiado diligente llega a tomar mi pedido antes de que él sea capaz de decir algo. No me gusta que me mire con esa expresión de deleite. No me gusta que luzca sorprendido y maravillado de verme. No me gusta lo que siento cuando me mira así.

- Un espresso doble – Le pido al mesero. El chico anota a mi pedido y mira a Villa, esperando el suyo, pero él sigue mirándome y ni se da cuenta. Pido por él – Y un americano sencillo

Simplemente pasanWhere stories live. Discover now