8. La Evaluación

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Salí de la habitación convencida de que lo había hecho mal si mi cliente se fue sin decir una palabra (yo también mantuve la boca cerrada, si a esa íbamos).

La tabla pegada a la puerta decía lo contrario.

EVALUACIÓN: 10/10

NOTAS EXTRAS: NIL

El cliente ha hecho una (1) invitación a una sesión adicional.

Debajo de la invitación decía la fecha y hora. Mañana, una hora más temprano que la sesión de hoy.

Casi caí sentada. ¿Le había... gustado?

¿Debía tomármelo como una buena noticia? ¿Había sido tan bien para él que quería otra cita o se había compadecido de mí y mi físico y por eso colocó un 10?

Fuese lo que fuera, me apresuré a bajar a las oficinas de registro a entregar mi tabla. La secretaria, una mujer bajita y de cabello corto rosado cuyo identificador decía Airina, me sonrió de manera mecánica al leer las estadísticas de mi sesión.

—¿Desea que agende su cita mañana?

En mi divagar sobre los procederes de mi cliente, había olvidado darle aceptar a la invitación para la siguiente sesión.

—¡Sí!

Airina sonrió más y me dio la tabla para que registrara mi huella en aceptación.

—Su cliente ha sido notificado.

—Gracias.

—¿Desea su pago en cheque o efectivo?

Parpadeé.

—¿Q-qué?

—¿Desea su pago en cheque o efectivo?

El pago. El pago por mis servicios, por supuesto.

—Efectivo si es posible, por favor.

Airina asintió y sacó de una caja unos cuántos billetes nuevos de denominación grande.

—Por favor, verifique que el monto sea el correcto.

Lo hice, aunque sabía que la probabilidad de que un espectro se equivocara era una en un millón.

Un par de firmas después, me despedí de Airina y salí del edificio.

El aire frío de la madrugada fue como un bofetón de vuelta a la realidad.

Había vendido mi placer a un espectro y le gustó. Mi primer cliente en mi primer intento. No podía ser tan fácil. No podía tener tanta suerte.

Pero el dinero en el bolsillo de mi vestido indicaba todo lo contrario. 

El auto de Brenda apareció en la calle justo en ese momento, tocando su característico claxon al verme en la entrada del edificio.

Cuando bajé las escaleras, en lo último que pensé fue en el dolor de mi cadera izquierda.


ᴥᴥᴥ


En casa, Lorena ya estaba dormida en su cama. El cuarto apestaba a alcohol y aunque me tropecé con la mesita de noche, no se despertó. Los ojos se me cerraban solos por el tiempo que llevaba despierta, pero ni aún con todo el sueño pude deshacerme del desencanto que volver a la casa traía. La culpa por ese sentir no se quedó atrás.

Dormí con el dinero que había ganado metido en la funda de mi almohada y de cara a la pared, envuelta en la oscuridad. Al día siguiente, le dije a mamá que había ido a una entrevista de trabajo cuando me preguntó al respecto.

—¿De qué? La entrevista —no me miró cuando hizo la pregunta. Estaba concentrada en guardar los platos y vasos que teníamos en una caja. Para ella el desalojo era ineludible.

—Ama de casa en los suburbios —dije las palabras ensayadas, recostándome del mesón de la cocina—. Brenda, mi amiga de las clases nocturnas, me sugirió decirles a algunas de sus clientes y una se interesó.

—¿Y qué te dijo? ¿Te contrataron?

—Me avisarán la semana entrante si me contratarán o no.

—No tenemos hasta la semana entrante —dijo de forma agria.

—No, pero si me contratan, Brenda me dijo que me prestaría dinero para pagar lo que debíamos del alquiler.

Mamá se detuvo y se volteó hacia mí.

—No podría prestarte tanto dinero.

Me crucé de brazos.

—Me dijo que lo haría con tal de ayudarme.

Y no era mentira. Brenda me había asegurado que, de no obtener un cliente en los próximos días, me prestaría dinero para pagar la renta... Con la condición de que me fuese a vivir con ella, cosa que no iba a hacer.

Mamá no lucía muy convencida. Regresó a envolver los platos y vasos.

—¿Y tendrás que cocinar? No les habrás dicho que sabes cocinar, ¿o sí?

—Sólo me encargaré de la limpieza y el orden de la casa —brotó de mi boca—. Y si tengo que comer, podré cocinar para mí. 

—Mmmm... Bueno, menos mal no les dijiste que sí sabías. Hasta el huevo frito se te quema —dijo sin mirarme—. Vas a tener que aprender algún día. —Agaché la cabeza ante sus palabras incluso sabiendo que no me veía—. Como sea, sólo esperemos que eso se dé y que al arrendador lo convenza una parte de la plata. Si te contratan con esa pierna, quien lo haga ciertamente es un ángel.

O un espectro, quise añadir. En cambio, salí de la cocina cuando empezó a llorar.

Lorena se levantó casi a las dos de la tarde. Comió todo lo que encontró y salió un rato después.

El resto de la tarde se pasó tortuosamente lenta. Traté de estudiar, tomar una siesta o sólo estar en reposo como la doctora espectro me indicó, pero mi mente no hacía sino pensar en lo que me esperaba por la noche, en el observador silencioso de mi propio accionar. No tenía música para distraerme: el radio lo había vendido, no tenía teléfono ni audífonos. La única música que podía oír eran las esculpidas en mi memoria, repitiéndose sin cesar junto con la amargura y nostalgia.

Me quedé dormida. Cuando desperté, era hora de ducharme para irme con Brenda a prepararme para la sesión. Después de bañarme, me ojeé en el espejo por segunda vez en aquella semana —un nuevo récord— y me pregunté cómo lo había logrado. ¿Había sido yo y mi cuerpo? Quizás al espectro no le importara quién era y cómo lucía. Quizás sólo quería lo que precisaba: el placer de mi cuerpo humano y nada más.

Esta idea me gustó. Podía trabajar con ello.

No obstante, la confianza que esto me dio se fue esfumando a medida que los minutos pasaron y Brenda pasó a recogerme.

—¿A dónde vas? —preguntó mamá al verme salir con mi bolso del cuarto.

Estaba sentada en la mesa del comedor, cenando.

Había pensado en la mentira de ayer, pero no la de hoy.

—A... estudiar. Con Brenda. Física.

—¿Estudiar hoy domingo?

—Ajá.

—¿Y a qué hora piensas volver? Espero que no a la misma que ayer. Ya sabes cómo se pone Lorena.

—Volveré más temprano, lo prometo. ¡Adiós!

Salí de la casa antes de que me dijera algo más.

—¿Qué onda, proveedora? —dijo Brenda al saludarme cuando me monté en el auto. Mascaba chicle y llevaba puestos unos lentes de sol más grandes que su cara. Eran las 7:30 pm—. ¿Estás lista para emperifollarte para tu primera sesión exclusiva?

Exhalé y pegué la cabeza al respaldar como si hubiese corrido una maratón. Mi confianza volvió a cero.

—¡No! —gimoteé. Brenda rompió en una carcajada—. Pero no tengo otra opción. ¡A darle!

—¡Eso es! ¡Morir con dignidad! —Y aceleró el auto.

La ProveedoraWhere stories live. Discover now