3. Cara Bonita

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Me tomó varios segundos asimilarlo, 'Brenda' y 'vender placer' en una sola oración.

—Tú... —apenas y lograba pronunciar las palabras—. ¿Eras una p-proveedora?

Brenda sujetó el volante con fuerza y luego lo soltó, escondiendo las manos bajo sus muslos. Intentó sonreír, pero su sonrisa sólo terminó siendo una mueca incómoda.

—¿Te molesta?

—¿No? No lo sé —respondí, aún pasmada—. Hasta hace unos segundos, no había conocido a nadie que haya sido un proveedor, mucho menos hablar como tú y yo lo estamos haciendo ahora.

Y no mentía. Para la gente era más fácil admitir que eran trabajadores sexuales a admitir que eran proveedores. El encanto de la alianza con los espectros llegaba a su fin cuando de darles placer se trataba: era considerado una vergüenza entre los humanos, por lo que quienes vivían de ello lo mantenían en secreto. Rumores iban, rumores venían, pero la verdad la poseían sólo aquellos que la experimentaban tras las puertas de un edificio de intercambio.

Brenda agachó la cabeza, observando las roturas decorativas de sus jeans.

—Bueno... para empezar, no es como la gente dice —carraspeó y su voz salió más fuerte y clara—. No vendes tu espíritu ni nada por el estilo, y tampoco es un trabajo traumático o peligroso. Sólo es... un tanto extraño.

—Extraño, ¿cómo?

Ella se encogió de hombros.

—Extraño como que, literalmente, vendes tu placer. —Un tenso silencio siguió y, un segundo después, ambas reímos—. ¡Suena tonto, pero es eso!

—Debe de serlo, si tienes que dar tu... Ya sabes, eso, a ellos.

—¡Darle eso! Ay, Hele —Brenda rio con más fuerza—. Al principio cuesta, pero luego te acostumbras y hasta te llega a gustar. Los espectros no son los monstruos que la gente insiste en creer que son —sus ojos volvieron al lago, como si su atención estuviese en otro lugar—. Al menos no todos...

Estas eran las más raras de las noticias, y aunque seguía sin salir de mi impresión, por un lado estaba consciente de que no era descabellado. Brenda era preciosa, una mujer carismática y curvilínea de mejillas redondas y piel oscura y brillante. Su sonrisa era contagiosa y su voz agradable al oído, típico de alguien que acostumbraba a tratar con diversas personas todos los días. Sus ojos eran grandes y cafés, su boca de labios gruesos, sus cejas estilizadas a la perfección y ni hablar de su cabello, abundante y sedoso.

Los espectros, entre todas las cosas que se decían de ellos, eran atraídos a la belleza humana.

Brenda era una belleza humana.

Me removí en mi asiento.

—No sé si esperas que te juzgue o algo —miré a todos lados en busca de las palabras correctas—. Pero no lo haré —me encogí de hombros—. Es un trabajo, ¿no? —ella asintió, sus ojos empañándose de lágrimas—. Brenda... ¿en serio esperabas que te dejara de hablar o algo así?

—¿Supongo? —dijo riendo, aun cuando luchaba para que las lágrimas no se desbordaran de sus expresivos ojos—. Eres la primera persona aparte de Paula a quien le confieso esto.

La abracé. Sus propios brazos me apretaron tan fuerte contra ella que casi no pude respirar. Nos estuvimos un tiempo así, apoyándonos la una en la otra, y me di cuenta que de que en realidad no me importaba si trabajó para los espectros o no, eso no cambiaba quien Brenda había sido para mí en los últimos horribles meses de mi vida.

Eso no la definía.

—Siento haberte respondido feo en el recreo.

Ella me apartó por los hombros, sacudiendo la cabeza.

La ProveedoraWhere stories live. Discover now