Dos años

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¿Recuerdan cómo me prometí a mí mismo que jamás volvería a caer? Pues caí, una y mil veces más. Garrett me hablaba cuando se le antojaba, y yo, por más que trataba, nunca podía decirle que no. Las ganas de estar con él, de tenerlo dentro de mí, eran más fuertes que mi orgullo. Las voces se habían cansado de decirme lo mismo, una y otra vez, hasta que finalmente o yo me acostumbré o ellas se hartaron. O quizás las dos.

Y así pasaron alrededor de dos años. Yo dejé de trabajar en publicidad y entré a periodismo, en un edificio barroco muy bonito situado al norte de la ciudad.

Era nueve de julio, el día en que Patrick comenzó a trabajar en mi departamento. Recuerdo su gabardina negra, inusual para el verano, y sus ojos casi negros, pero a la vez resplandecientes. Tenía la piel morena, tan suave que invitaba a acariciarla, y unos gruesos labios que invitaban a morderlos…

¿Qué haces?

La voz en mi cabeza me sobresaltó casi tanto como mis propios pensamientos. ¿Qué tenía Patrick, que despertaba en mí esas emociones que guardaba sólo para Garrett? Lo supe cuando me sonrió y se sentó junto a mí. Esa sonrisa me lo dijo todo.

Patrick y yo conversamos como si de viejos amigos se tratara. Le conté cosas que ni mis mejores amigos sabían sobre mí. Comimos juntos, y después fuimos por un café cuando salimos de trabajar. Mi celular vibró un par de veces mientras estaba con él, pero lo ignoré completamente; no fue sino hasta que Patrick fue al baño que decidí sacarlo y ver quien diablos me buscaba con tanta insistencia.

Mi corazón dio un vuelco al ver cinco notificaciones de Growl.

Garrett (30) – en línea

¿Estás libre hoy? – 17:22

¿Hola? – 17:34

Ya salí de trabajar – 18:17

¿Estás en tu casa? -18:18

??? – 18:51

Por un muy breve instante, pensé en disculparme con Patrick e irme directo a mi casa, y la cabeza empezó a darme vueltas. Pero en cuanto sujeté el celular con ambas manos y comencé a teclear, ocurrió algo que no me esperaba.

Dorian (25) – En línea

     Hoy no puedo. Hablamos después – 19:05

En ese momento, Patrick regresó y reanudó la charla. Yo guardé mi celular en el bolsillo y lo escuché atentamente, fingiendo no sentir las vibraciones casi inmediatas del aparato. A eso de las ocho, después de pagar nuestros cafés, me despedí de él y, sin pensarlo, lo abracé. Me arrepentí tan sólo un segundo, porque casi al mismo tiempo sentí cómo Patrick me rodeaba por la cintura, y ese simple gesto fue suficiente para que me estremeciera.

―¿Tienes frío? ―preguntó, en voz baja y dulce.

―No. Ya no ―respondí sonriendo, a pesar de que él no me veía.

―¿Quieres que te lleve a tu casa? ―dijo de inmediato, despegándose de mí con suavidad―. No me gustaría que te volviera a dar frío.

Me sentí sonrojar al instante, bajé la mirada y asentí con timidez.

―S-si no es mucho probl…

―No, qué va. Vamos ―soltó Patrick con una gran sonrisa, tomándome de la mano y guiándome a la salida.

No me soltó la mano hasta que llegamos a la esquina de mi calle, donde le indiqué que diera vuelta. Y entonces noté que la luz automática de mi porche estaba encendida, y que a un lado de la puerta estaba recargada una silueta, envuelta en humo de cigarrillo.

Garrett.

El león y la gacelaWhere stories live. Discover now