El ojo del huracán

681 105 4
                                    

La ambulancia nos lleva a ambos al hospital, que afortunadamente no está lejos. Después de que se llevan a Garrett a urgencias, me quedo con una especie de policía, que me interroga por lo sucedido. Le digo que no tengo idea de quién iba en el coche que lo atropelló, y que ni siquiera vi las placas. Obviamente el burdo detective tiene más sueño que ganas de hacer su trabajo, así que más pronto que tarde se va, y yo me quedo en la sala de espera volviéndome loco hasta como las dos de la mañana, cuando un doctor escuálido aparece y me llama con la mirada.

―Su amigo va a estar bien. El impacto le rompió un par de costillas, pero el golpe en la cabeza no fue grave. Tendrá que estar aquí unos días, pero va a estar bien.

Su monótona voz contrasta con la avalancha de emociones que me inunda. Siento un alivio inconmensurable, que casi me desborda el pecho. También siento mucha rabia, con Garrett y Patrick casi en partes iguales.

Estoy en el ojo del huracán. Aún no ha pasado lo peor.

El flacucho doctor insiste en que me vaya y deje a Garrett descansar. Quizás es lo mejor. Llego a mi casa a las tres de la mañana, pero sin una gota de sueño. Me dedico a dar vueltas en mi cama por cuatro horas hasta que, finalmente, me meto a bañar y me preparo para trabajar, como si fuera un guerrero alistándose para una gran batalla. La última.

Llego a la oficina bastante más decidido que el día anterior, lo cual es extraño. Espero a que den las nueve, fingiendo trabajar, pero no pasa nada. Obviamente no vendrá. Fui un estúpido al pensar que vendría. Probablemente también está en el hospital, o peor...

Me lanzo a la oficina de Kira y me planto en el asiento frente a ella.

―¿Qué pasa, Dorian? ―me pregunta, sin despegar los ojos de su computadora.

―Sólo... quería saber si sabes algo de Patrick.

En ese momento ella clava sus oscuros ojos en mí. Es difícil agarrar a Kira con la guardia baja, pero parece que lo he logrado.

―¿Por? ―su voz es cautelosa. No quiere revelar más de lo necesario.

―Es que anoche ya no... no hablamos. Y aún no llega, entonces pensé que quizás te habría avisado si se sentía mal o algo así... ―y me pregunto, ¿cuántas mentiras tiene derecho a decir uno antes de que todo se derrumbe como un castillo de naipes?

Kira toma aire antes de contestar.

―Bueno... sí vino, hace poco de hecho, pero vino directo a mi oficina y se fue. Trajo su carta de renuncia, me explicó la situación y me pidió que lo liquidara. Yo ya lo di de baja del sistema; ahora sólo falta que allá arriba ―dice, señalando el techo con la cabeza―, se encarguen de lo demás.

Me quedo paralizado, pero logro mantener un tono neutral.

―¿La situación? ―pregunto, temiendo lo peor.

―Me dijo que anoche lo asaltaron en la calle ―Kira se ha levantado y ha encendido un cigarrillo. Es la única en todo este piso que puede darse el lujo―. Se veía... mal. Lo habían golpeado. Dijo que iba a tomar un puesto en una compañía fuera de la ciudad, al menos por un tiempo. Que necesitaba... ¿cómo dijo? Alejarse de la podredumbre. No puedo decir que lo culpo; en su lugar haría lo mismo.

Kira habla, dejando escapar el humo por partes, sin darse cuenta de que cada palabra que dice me agobia un poco más que la anterior. Cuando termina, da una larga calada al cigarro y me voltea a ver.

―Tú y él eran... cercanos, ¿cierto? ―pregunta, sacando el humo por la nariz.

―Sí, eh... bueno, eso era todo ―me levanto y evito mirarla a los ojos―. Gracias, Kira. Nos vemos al rato.

―¿Está todo bien, Dorian? ―su voz me detiene como una mano invisible.

―¡Sí! Sólo tenía duda... hablaré con él después. Gracias.

Doy media vuelta y regreso a mi cubículo, aún sin sentir que la tormenta haya pasado. Sin duda no era lo que esperaba, pero tal vez es mejor así. Quizás es mejor que el tiempo cierre las heridas y, con un poco de suerte, haga que él me olvide. Que no sea yo más que una mancha en su pasado.

Salgo a las nueve en punto y, mientras me acomodo el largo abrigo, noto algo extraño. Hay un auto estacionado frente al edificio. Está apagado, pero aún así logro distinguir las luces azules del interior. Mi mente tarda sólo dos segundos en darse cuenta de que es el auto de Patrick. Me acerco y una de las farolas de la calle revela una abolladura en el cofre, donde la noche anterior se embistió el cuerpo de Garrett.

Inconscientemente, abro la puerta del lado del pasajero y entro. La mortecina luz no me deja distinguir claramente el rostro de Patrick, que a pesar de todo se ve demacrado. Esa aura angelical de cuando lo conocí se ha esfumado por completo.

―Que bueno que saliste por aquí ―dice, en un tono desconcertantemente tranquilo―. Iba a ser una noche muy larga si no.

―¿Es cierto que te irás? ―pregunto, ignorando su comentario.

―Es peligroso quedarme aquí. Tu novio querrá ir por mí, aún a pesar de que fue él quien se lanzó sobre mi auto ―dice mientras juguetea con los dedos sobre el volante.

―Ni siquiera sabes cómo está ―digo, conteniendo las ganas de decirle que Garrett no es mi novio, porque ni siquiera yo sé lo que es.

―No fue un golpe mortal, eso es seguro. Cuando mucho se rompió algún hueso... ―entonces, Patrick cierra los ojos y frunce el ceño―. Sé que no debí huir. Sé que debí quedarme, explicar lo que pasó...

―Yo habría testificado a tu favor. Él inició todo...

―...pero tenía miedo. Pensé que iba a matarme ―continúa él, haciendo caso omiso de lo que dije―. ¿Qué está más penado, golpear a alguien o atropellar a alguien? Dios, qué pregunta más estúpida...

―Pues yo dije que no supe quién lo había hecho. Dije que estábamos caminando por la calle, que él se echó a correr y que un auto lo golpeó por accidente. Dije que ni siquiera había visto las placas ―digo en voz baja, viendo por la ventana.

―Oh... ―Patrick se queda callado durante un momento―. ¿Por qué?

La respuesta llega a mí como un río que llega al mar. Un momento de completa claridad.

―Porque Garrett es como una maldición. Mi maldición. No puedo ser feliz con él, pero tampoco puedo serlo sin él. Estoy atado a él desde hace años, y parece que así será siempre. Cualquier intento por alejarme de él sólo acaba lastimándome, o lastimando a otros. Debí haberlo sabido, y debí haber impedido que te acercaras a mí, pero... no pude. Quería escapar, y contigo creí que lo lograría. Fue un estúpido error, y lo siento ―mi voz se quiebra, pero no salen lágrimas―. En verdad lo siento.

―Yo... uh...

―Buena suerte, Patrick ―digo, sujetando la manija de la puerta y liberando el seguro.

―¿Quieres que te lleve?

Ha vuelto a sonar como sí mismo. Sonrío.

―Caminaré.

Cierro la puerta del auto y me sumerjo en la ciudad disfrazada de penumbra. No volveré a verlo jamás.

El león y la gacelaOn viuen les histories. Descobreix ara