Ambos se detuvieron frente a mí.

—A tomar aire— murmuré bajando mi vista al piso.

—Nadie de aquella sala puede salir hasta que...

Una voz femenina lo detuvo.

—Déjenla salir. Solo es la victima. Ya tuvo suficiente por hoy.

Elevé mi vista hacia ella, era una de las detectives que había irrumpido a mi apartamento. Le dediqué una pequeña sonrisa a boca cerrada antes de que los policías me dejaran salir de aquel espacio tan reducido. Atravesé la puerta corrediza y finalmente me permití suspirar. Ni siquiera quise echar una mirada hacia atrás cuando corrí para detener al único taxi que apareció frente a mí. Ni siquiera quise pensar en Rayhan o los Badiaga.

Estaba más de segura de lo que quería hacer, y la idea me quitaba cualquier clase de remordimiento que había sentido a lo largo de mi vida; sabía que tenía la solución para cancelar todo el dolor que me había acompañado durante toda mi vida. Sabía como silenciar toda la pena para siempre, toda la mierda.

Y mi plan no tambaleó en ninguno de mis treinta minutos de viajes.

En cuanto atravesé aquellas puertas tan conocidas caminé directo hasta donde debía, no me detuve a mirar nada ni saludar a nadie, el plan era rápido y conciso. Abrí la puerta con violencia.

Lo observé ahí sentado, en su trono, como siempre. Lo había admirado toda mi vida pero ahí estaba, como un completo desconocido.

—Hija— saludó sin despegar la vista de su laptop—. Te habías tardado mucho.

—¿En descubrir que todo era tu culpa?

Cerré la puerta tras mí. Podía estar hirviendo en rabia, pero no quería que Joaquín escuchara.

—Claro— despegó su vista del aparato—. Sos una de las más aclamadas escritoras de misterio y no resolviste algo tan simple.

Me acerqué a él.

—¿Tan simple?—reclamé—. Conseguiste distracciones por todos lados para que no me enfocara del todo en los asesinatos. Liam, mamá, mi hermano, las fiestas, todo. ¿Como podés ser así de cínico y seguir diciéndome hija?

—No es cinismo, es educación— corrigió.

—¿Educa...— quise reclamar.

—Estuviste toda tu vida encerrada en casa, tuve que enseñarte todo en menos tiempo.

—¿Por qué no pudiste respetar mis tiempos como persona? ¿Por qué nunca pudiste ser solo mi padre? Constantemente me sometiste a...

—¿A qué, Mía?— se paró—. Te enseñé lo que es un corazón roto, te enseñé que la gente muere, te enseñé que sos muy débil como para caer en cualquier simple adicción. Te enseñé que la vida es una mierda. Felicitaciones por la lección, ahora conquista el mundo.
Me detuve completamente en silencio, indignada. Dejé salir un pequeño suspiro de molestia antes de volver a hablar.

—Claro. Todo empezó desde que me inscribió Ann, ¿no? Lo pensaste todo antes de que yo siquiera hubiera pensado ir al internado...— me tomé una pausa—. ¿Realmente quise ir al internado?

MelifluaWhere stories live. Discover now