Capítulo VIII

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Capítulo VIII

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Capítulo VIII

─ Pero, Steve... ¿en serio tienes que hacerlo? ─ preguntó Sarah, acodada en el umbral de la puerta de la habitación de su hijo mientras éste acomodaba sus pertenencias en cajas.

─ Mamá...─ el muchacho suspiró pesado y se acercó a su madre, poniendo cariñosamente sus manos sobre los hombros de la mujer─ Ya soy un hombre grande y quiero un espacio para mí, ¿entiendes?

─ Sí, pero, ¿no te da miedo que sólo estemos Wanda y yo en esta casa tan grande? ¿Qué haremos si entra un ladrón? ─ preguntó, con voz compungida mientras la chica rodaba los ojos antes de guardar otro de los libros de la colección de su primo en una caja.

─ Ma, viviré a menos de diez minutos de aquí. Te llamaré todos los días, vendré todos los domingos a comer con ustedes, dejé la nueva alarma instalada y, te prometo, que vendré enseguida si algo pasa...─ argumentó, desarmándola. Finalmente, la mujer suspiró, dejando caer los hombros y se alejó de él para adentrarse en el cuarto y comenzar a envolver en papel de diario las fotografías que él mantenía enmarcadas en su habitación.

─ Te quiero aquí cada domingo, Steven Grant Rogers─ sentenció, sin volver a verlo.

─ Cada domingo─ asintió él y le sonrió a su prima, quién, desde la cama alzó dos pulgares en señal de victoria.

Dos días después, ya estaba instalado en su nuevo departamento. Era pequeño, pero muy bien iluminado y tenía una preciosa vista. Estaba en el décimo piso, pero, había ascensor y, si éste se averiaba, el ejercicio siempre venía bien. Era la primera cosa que podía llamar suya y eso lo tenía muy feliz, orgulloso de sí mismo. Y, por supuesto, la intimidad que ofrecía vivir solo siempre era bienvenida. Natasha miró a su alrededor con ojo crítico y se asomó al balcón, observando las luces de la ciudad a la distancia. Desde esa altura, el mundo parecía muy pequeño y muy lejano, haciéndola sentir como si flotara por sobre todos los demás. Como si fuera ingrávida.

Sin apenas darse cuenta, estaba sonriendo, con la mirada perdida en la distancia y Steve contempló su perfil con una sonrisa afectuosa. Aún tenía fresco en la memoria el momento en el que finalmente se sinceró con ella, exponiendo sus sentimientos. Natasha lo había abrazado con fuerza, como si temiera que desapareciera de pronto. No había respondido a su declaración, pero, no fue necesario. Él sintió en ese abrazo que ella compartía sus sentimientos. Natasha no era una chica muy abierta. Parecía esconderse tras capas y capas, velos y velos de misterios y cosas sin decir. Pero, él era paciente y con cada día que pasaban juntos, le parecía que un nuevo velo caía, que descubría una nueva faceta de aquella chica en apariencia mimada y superficial.

─ Ten, te traje algo─ le dijo, sacándola de su ensimismamiento. La chica se giró hacia él y recibió el vaso de vino blanco que le ofrecían.

Regresó sobre sus pasos y se dejó caer sobre el sofá, mirándolo con una media sonrisa.

─ Así que esta es tu guarida de machos, ¿no? Debo decir que la decoraste bastante bien... yo esperaba encontrar una televisión gigante, juegos de video, rifles de caza y cañas de pescar por todos lados─ comentó, haciéndolo reír. Se sentó junto a ella y se acercó lo suficiente como para hacer una confidencia.

Opposite AttractsWhere stories live. Discover now