Octava parte. Final

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Helena caminó con paciencia el camino de regreso. Si antes se sentía encerrada en un edificio, ahora se sentía más libre que nunca. La verdad había sido revelada, y ahora comprendía su función allí. Ya había aprendido la lección, y el guardia que miraba amenazante desde el balcón ahora tenía la máscara quitada. Era un joven rubio de ojos azules. Su mirada era dulce, y sonreía, como la de la anciana.

La rueda había dejado de girar, y allí estaban sus compañeras, María y Rosa, quietas, tranquilas, mirando hacia la puerta, esperando a que Helena entrase por ella.

- Por fin lo conseguiste -dijo María adelantándose a ella-. Creo que ya hemos terminado aquí.

- Así es -afirmó Rosa.

- Lo hemos conseguido las tres -dijo Helena-. Sin vosotras, yo nunca habría sido capaz de cruzar esa puerta. Si jamás hubiera discutido con Rosa, si no hubiera escuchado la historia de María con las hermanas Clarisas... Si nada de esto hubiera sucedido, no habría aprendido nada.

- ¿Y qué harás ahora? -preguntó Rosa.

- En cuanto despierte de “esto”, tendré que ir al hospital a ver cómo está mi hermano. Espero que no sea demasiado tarde.

- No lo es, pero puede que la próxima vez sea la definitiva -le advirtió María.

Las tres se quedaron en silencio, mirándose, sin saber qué decir. Ahora sólo quedaba salir de allí, pero.. ¿cómo?

Se lo preguntaron entre ellas, hablaron sobre ello durante unos minutos, pero no supieron como salir de allí.

- Al otro lado de la puerta están nuestras celdas, y unas escaleras que llevaban a una habitación sin salida -explicó Helena. Al escuchar aquello, María y Rosa se entristecieron un poco.

- Tal vez no se haya terminado del todo -dijo María suspirando al cielo.

- Disculpen, señoritas -dijo el chico desde el balcón. Estaban tan metidas en su conversación que se habían olvidado que había una cuarta persona en la sala-. Aunque piensen que lo comprenden todo, nada más lejos de la realidad. Esa rueda simboliza nuestra vida, que no deja girar.

- ¿Qué tiene que ver eso con salir de este lugar? -preguntó Rosa.

- En algunos momentos de la vida nos encontramos con situaciones difíciles, momentos que nos ponen en tensión y nos hacen sentirnos mal. Cuando pasa ese momento, pensamos que jamás volveremos a pasar por ello, pero... ¡sorpresa! La rueda gira y regresa al mismo punto, y nos volvemos a encontrar con la misma situación.

- Eso no tiene lógica. Por mucha que la rueda gire, las personas y lugares cambian, nada puede volver a ser igual.

- Cierto es que en la vida todo cambia a cada momento, pero los sentimientos, eso que sentimos en nuestro interior, se repiten... El nudo de la garganta ante la impotencia, el dolor de tripa ante el miedo, el calor en el pecho al enamoramos... Todas esas cosas se repiten sin cesar, y si lo hacen, es por un motivo.

- ¿Qué motivo? -preguntó Helena, al ver que el joven no seguía hablando.

- Aprender. Ese es el principal motivo por el que pasamos por todo esto -sentenció el joven.

Entonces las tres comprendieron.

A veces la vida nos da dos oportunidades, incluso tres. Tal como había explicado el joven, a veces se nos repiten situaciones en la vida para que podamos aprender de ellas, pero en otras ocasiones la vida es caprichosa y sin previo aviso actúa, como con la muerte del padre de Helena. Tal vez el accidente de su hermano era un aviso, porque tal vez la próxima sea la definitiva.

LA RUEDAWhere stories live. Discover now