Sexta Parte

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- ¿Algo nuevo que contar? -preguntó Eduardo mientras cenaban.

- Nada. Al parecer el gobierno de los Estados Unidos ha desclasificado una serie de informes de aviación sobre avistamientos, pero era algo que ya todos sabíamos -con “todos” se refería a las personas con las que no dejaba de hablar por Internet.

- ¿Y qué me dices de lo último? Aquello de las llamadas de... -dijo Eduardo buscando el salero en la encimera de la cocina.

- Las supuestas escuchas de la C.I.A., pero de eso todavía no hay nada nuevo.

El tono de voz de Rosa le dio a entender a Eduardo que no tenía ganas de seguir hablando del tema. Era una persona variable, que tan pronto se entusiasmaba como aborrecía conversar con otra gente sus aficiones.

Terminaron de cenar y Rosa se quedó fregando los platos. Eduardo se encerró en la habitación para ver la televisión. Como era de madrugada, sólo encontraría repetitivos anuncios de televisión y un gran número de tarotistas y casinos televisivos, pero cualquier cosa era buena para inducir al cuerpo al sueño, a sumergirse en los pensamientos más profundos, sucesos que se borrarían al despertar y le harían descubrir un poco más el misterio de su mente, la solución para superar la eterna tristeza de haber perdido a su mujer.

Por su parte, Rosa ya había terminado de fregar los platos. No le había dicho nada a su padre sobre lo que iba a hacer por la noche. Se preparó un café bien cargado y lo bebió lentamente, mientras miraba por la ventana al cielo, contemplando las pocas estrellas que brillaban en el cielo.

Desde pequeña se había preguntado qué había más allá de lo que los libros daban como cierto, qué había oculto detrás de todos esos sucesos que eran catalogados como raros, curiosos, paranormales o irreales.

Siempre había soñado con ver un ovni de cerca, pero sólo los había visto en fotos y videos. Había llegado a hablar con personas que lo habían visto en directo, pero solían suceder dos cosas: o bien eran unas personas excéntricas que daban poca credibilidad a lo que decían, o bien eran personas reservadas que deseaban olvidar aquello que les había sucedido, mencionándolo el menor número de veces en su vida para poder seguir siendo normales frente a la sociedad.

Una vez terminó el café regresó a su habitación. Antes de cerrar la puerta pudo oír la televisión de su padre encendida. Estaba viendo un programa de esos que echan cartas del tarot, tratando de buscar el futuro.

“Ridículo. Mi padre no cree en lo que a mi me gusta, en algo que tiene documentos que acreditan los sucesos que investigamos, y sin embargo, pierde el tiempo en ver algo que de sobra se ve que es falso”, pensaba Rosa para sus adentros.

Se sentó en el escritorio y encendió el ordenador. Esperó a que se conectase a Internet mientras revisaba unos documentos que tenía sobre la mesa.

- Perdona que te interrumpa, pero es que hay algo que no entiendo -dijo María.

- No pasa nada. ¿Qué es lo que no entiendes? -dijo Rosa, que le costaba disimular que de verdad le molestaba que le hubiesen interrumpido.

- ¿Qué es eso de Internet? ¿Y un ordenador?

- ¿Cómo? ¿No sabes qué es eso? -dijo Helena sorprendida.

- ¿Acaso no teníais de eso en el convento? No sé, por lo menos un ordenador -dijo Rosa algo incrédula.

- La verdad es que en el convento no entraba mucha tecnología, pero habría recordado un aparato como ese -dijo María.

- Seguramente fuera por eso. Los votos no es permitirían tener tecnología dentro -dijo Rosa.

LA RUEDAWhere stories live. Discover now