Capítulo II | Un ángel de piel morena

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Lucas estaba realmente adolorido, la enfermera, la señorita Lucía, le ponía un par de algodones en la nariz para detener el sangrado mientras que Olimpia se frotaba con un trapo húmedo alrededor de los raspones llenos de tierra de sus rodillas, por alguna razón no había permitido que la señorita Lucía la rozara. Lucas decidió no comentar nada al respecto, supuso que era lo más prudente puesto que llevaba muy poco de conocerla. Sentía un picor irremediable en la garganta y si hubiese caído de una altura mayor probablemente se habría roto un par de costillas, pero estaba prácticamente ileso.

—Ahora mismo me vas a explicar por qué rayos gritaste cuando veníamos en la patineta -exclamó Olimpia con un destello titilante de furia en su mirada.

—¡Ella estaba ahí! -Lucas señaló la pared como si se pudiese ver a través de ella.

—Y dale con lo mismo, yo no vi a nadie, Mechas -casi gritó, se quejó al llegar al raspón.

—No tendrán un informe por la llegada tarde gracias a este pequeño accidente -interrumpió la enfermera mientras ponía una bolsa con hielo sobre la mejilla de Lucas, sin embargo, esa herida no había sido por la caída-, en veinte minutos deben ir a clase, ambos. -Hizo énfasis en la última palabra al ver los ojos rodantes de la chica-, Olimpia, termina de limpiarte y ponte algo para desinfectar los raspones, ya sabes dónde está todo.

Lucía se retiró cerrando la puerta con ímpetu, como si estuviese haciendo algo más importante justo cuando entraron goteando por la puerta principal, los dos llenos de barro hasta la cintura y con la cara llena de pecas marrones. Lucas se levantó y admiró sus heridas en un espejo con una cruz roja en medio. Olimpia empujó a Lucas a un lado, abrió el cajón que el espejo cubría y sacó implementos para tratar sus raspones.

—¿Llevas mucho estudiando en este lugar? -preguntó Lucas tratando de romper la tensión.

Se paseaba por el cuarto de olor cítrico sin quitarle los ojos de encima a la muchacha, temía que en cualquier momento esta se le tirara encima para desahogar su furia o en el mejor de los casos solo le lanzaría algo.

—Desde la mitad del primer año del bachillerato -su voz era impasible y suave, como si nada hubiese pasado hace un rato-, estudiante promedio, algunas lesiones, conozco la enfermería desde que John Bolaños me puso el pie y caí en mi patineta por las escaleras que están cerca del baño -señaló orgullosa su pantorrilla izquierda en la que se podía ver una cicatriz de torcida trayectoria, Lucas observó, además, otras cicatrices que estaban en diferentes partes tal vez de una caída por culpa de John Bolaños o un ocasional accidente en la patineta.

—Interesante, ahora... -dudó un poco antes de hacer la pregunta, sin embargo, abrió la boca para aclararse la duda- ¿has visto en este colegio alguna chica de ojos azules, piel morena, de mediana estatura y una peculiar sonrisa? -la describió con un singular brillo en los ojos.

—Si estudia aquí no la conozco, y si fue la chica por la cual me gritaste y caímos en el jardín de la señora Benítez, no me interesa.

—Que amable -exclamó con ironía.

—Deberías darme las gracias, llegaste, no en muy buenas condiciones eso fue culpa tuya, pero llegaste más rápido que si hubieses venido caminando.

¿Cómo que darle las gracias? Gracias a Dios no había muerto de camino a casa, además, ¿su culpa? Ella lo había arrastrado a la patineta como si la misma fuera un asiento en primera clase de una costosa aerolínea, definitivamente él no tenía la culpa de nada, pero al ver la expresión de su rostro, Lucas decidió no contradecirla por completo.

—Tienes razón, pero no vine en tu patineta voluntariamente, además, no permitiste que me abrazara a ti para amortiguar mi cuerpo en caso de algún posible pero evidente accidente -señaló el chico estirando las piernas-, así que será un agradecimiento a medias: Te medio doy las gracias.

Jazz [COMPLETA EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now