Alfa

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El joven estaba demasiado enamorado como para ver, tal y como lo había estado el príncipe de él. Ambos demasiado ensimismados en sus propios sentires que eran incapaces de no notar la naturaleza unilateral de éstos. Y cuando Freya fue descubierta usando magia en su hogar, ésta rápidamente le echó la culpa al alfa sin ninguna clase de remordimiento, dejándolo anonadado frente a un Uther hambriento de respuestas y un Arturo demasiado lejano como para suplicarle. El mago se dio cuenta de que su amor por la beta lo había alejado del mejor aliado y amigo que tenía demasiado tarde, pues él ya no se dignaba a siquiera dirigirle la mirada mientras los guardias, guiados por el propio príncipe, lo escoltaban al calabozo. De pronto, sentado en el sucio suelo de su celda, escuchó las súplicas de Morgana, entendió las advertencias y los regaños de Killgarrah y Gaius, pero por sobre todo, comprendió el dolor al que había expuesto al Omega que, en algún momento, se atrevió a llamar suyo.

La noche llegó, y con ella un muy distante Arturo se paró enfrente de las rejas, observando en silencio al mago, quien no podía despegar la vista de él. Tenía la espalda totalmente recta, los brazos cruzados sobre su pecho, la camiseta rojiza apenas podía ocultar su abultado vientre a este punto del embarazo, sin embargo, el largo saco café ciertamente ayudaba, el limón y la menta ya no se dejaban percibir para el mago, el celeste cielo se había vuelto un nubarrón iracundo y opaco, totalmente opuesto al antiguo brillo. Luego, el hombre cerró suavemente los ojos, soltando un lánguido suspiro, y al volver a abrirlos, el antiguo cariño estaba ahí, destellando débilmente en la lejana mirada del hombre.

- El Gran Dragón – su voz ya no era melosa como meses atrás, recordándole al alfa que hablaba con el príncipe y heredero de Camelot, la descendencia Pendragon, el perfecto guerrero y el hijo de Uther, no con Arturo, el omega que lo miraba con curiosidad cada vez que realizaba el más pequeño de los encantamientos. – él me advirtió que esto pasaría y yo le juré que podría dejarte morir. -una larga pausa aumentó la angustia en el mago, quien empezaba a recorrerle la culpa y el temor como un malestar, hirviendo debajo de su piel - Eh roto las leyes demasiadas veces por ti, sirviente de cuarta y alfa estúpido, pero no puedo dejar que te maten por cometer mi mismo error; enamorarte de la persona equivocada.

Arturo sacó un juego de llaves, abriendo la celda ante un asombrado Merlín, que al cruzar la puerta de barrotes se encontró con un muy serio Gaius.

- Un caballo espera por ti, todas tus pertenencias han sido recogidas para tu viaje. Vuelve a a tu hogar, y si los caballeros se te aproximan, refúgiate en las tierras de Cenred, cualquier enemigo de Camelot es su amigo, así que ten por seguro que serás bien recibido allí – habló el anciano – y agradécele al príncipe por su benevolencia.

Acto seguido, el médico real le dio un rápido abrazo, sin tiempo de lágrimas, despedidas o más consejos, para finalmente abandonar el lugar, seguido por el rubio.

- ¡Arturo! – el mencionado se volteó – Gracias.

- Albión se forjará – afirmó el príncipe, luego de una pausa– pero no gracias a ti. Tengo a tu hijo en mi vientre, me encargaré de que la magia sea aceptada para él, para asegurar su futuro, y tu nombre solo será recordado como el del mago imbécil que casi lo echa a perder todo, si es que siquiera alguien lo rememora.

Tal y como fue dicho, Merlín se refugio en Ealdor hasta que una patrulla del rey logró identificarlo, obligándolo a huir junto a Cenred, quien lo mantuvo cerca suyo, viviendo en el palacio, a salvo de los caballeros de Camelot. El mago envejeció, logrando conocer Albión en toda su gloria, ver al polémico rey Omega junto a su hijo druida regir una tierra de paz y prosperidad para la magia, se reencontró con un ahora liberado Kilgarrah y fue testigo de cómo el nombre de Arturo se convertía en sinónimo de gloria, honor y justicia mientras el suyo era pisoteado y repudiado casi tanto como el del mismísimo Uther Pendragon.

Siglos después de la muerte de Arturo fue que Merlín finalmente conoció a su hijo; un muchacho noble, inteligente y pasional con una desordenada cabellera castaña y preciosos ojos celestes, un guerrero tan hábil y justo como lo había sido su padre, dispuesto a dar su vida si era necesario, un mago increíblemente poderoso y capaz, siendo instruido por Lady Morgana, quién apoyó a sus dos familiares luego de la partida del alfa. Cuando Merlín se presentó oficialmente se alegró de no ver ira en aquellos ojos tan similares a los de su antiguo amigo, sin embargo, Mordred tampoco se encontraba dichoso por la situación.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – su voz no era dura ni asomaba algo de molestia, pero el mensaje era claro: no quería al alfa allí.

- Venía a saludar.

- ¿Con qué derecho? – Merlín no respondió - ¿Qué derecho tienes tú, de presentarte en la tumba de mi padre después de lo que le has hecho?

- Entonces te habló de mí. – la edad ya había vuelto pesadas las extremidades del mago, demasiado viejo para antiguos rencores – Supongo que a pesar de su piedad, nunca me perdonó.

- Él nunca mencionó tu nombre para mal. – Mordred rezongó ante la genuina sorpresa de su padre – El Gran Dragón ah sido quien me habló de su final, de la razón por la que nunca hubo un rey alfa al lado de mi padre. Pero él nunca se atrevió a hacerlo, hablando únicamente de tus sacrificios para protegerlo, del, para él, bello y preciado periodo juntos, cuando creía que eran algo más que simples amigos, de cuán valiente eras a pesar de tener que ocultar tu verdadera naturaleza. No te equivoques, Emrys, él nunca mancho tu nombre.

El silencio que le siguió fue largo y tenso. Merlín no sabía cómo reaccionar ante la nueva información que se le brindaba, ni mucho menos como tratar con el hombre que seguía arrodillado ante la lápida de Arturo Pendragon. Entonces, tal y como había hecho el resto de su vida, se dejó guiar por la curiosidad.

- ¿Por qué careces de olor? Si se me permite preguntar.

- No lo hago, pero lo oculto en su memoria. Me recuerda que debo ser piadoso con las personas, firme con mis decisiones y fuerte ante las adversidades, como él lo era.

El joven, tal y cómo Arturo había hecho añares atrás, le confió su olor, el cual era supremamente familiar para el ahora anciano mago. El dulce aroma a limón de Arturo se había mezclado con el característico de la magia, junto a la leña quemándose. Olía a todo lo que había dejado atrás por ingenuo, olía a una noche con su Omega, olía a prácticas de magia junto a un maravillado y joven príncipe. Olía al hogar que nunca formó por tonto, y no había nada que pudiera hacer ahora para remediarlo. Ni siquiera con su aún vivo, y tan inmortal como él mismo, hijo, que le seguía dando la espalda, no con rencor, no con ira.

 Le daba la espalda con indiferencia, porque Merlín había renunciado a su destino, había sacrificado el bien de todo aquel con magia únicamente por el amor de una joven beta, y se había convertido en alguien indigno de mirar. No despreciable, no conmemorable, simplemente olvidable.

Simplemente un alfa triste y estúpido que no valía la pena.

Fin.

Alfa, Beta y Omega - MerthurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora