Beta

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Los meses pasaban, convirtiéndose finalmente en años, dos para ser exactos. Dos años maravillosos dónde Arturo contaba con el aroma de Merlín para tranquilizarlo, dos años en los que el príncipe recibía consuelo del alfa en cada celo, dos años en los que el rubio se permitió enamorarse de su siervo y en los que finalmente sintió un bocado de paz y felicidad.

Pero Merlín no lo acompañaría en este sentimiento; embriagándose del aroma de Arturo, consolándolo en los celos por un mutuo placer y comportándose posesivo con el Omega, sin embargo, enamorándose de otra mujer.

Freya, una joven del pueblo que además de ser guapa y de gran corazón, contaba con magia, rápidamente cautivó al joven mago. Él pasaría cada celo del Omega a su lado, diciéndole lo que quería escuchar sin pensárselo dos veces, aliviando sus calores, y luego iría a casa de la muchacha con flores y palabras de afecto sinceras. El príncipe pronto lo notó, encontrándose con manchas de tinta para labios mal limpiadas y el sutil aroma de una beta impregnado en su siervo, pero eligió fingir no saberlo, fingir que Merlín lo amaba y que podían tener un futuro juntos, sin embargo, una temporada no llegó el celo de Arturo y ésta fue razón suficiente para que el mago se aleje de él.

Fue un proceso lento y cuidadoso, Merlín enfriaba su relación con cautela para que el joven Pendragon no lo notara demasiado, cada día más encantado por la hechicera que lo esperaba con una cena lista cada noche, más embobado por la joven beta que no lo arrastraba a molestas cacerías, y aunque a veces extrañaba el dulce aroma a menta y limón, lo olvidaba al perderse en sus preciosos ojos color chocolate.

Mientras el mago estaba concentrado en esto, Arturo estaba preocupado por su celo, el cual no se dignaba a venir, inconsciente de la distancia impuesta. Le preguntó a Gaius, obviamente diciéndole que era un caso hipotético, cosa que el anciano claramente no creyó, y alterándose ante las posibilidades que el médico le especificaba. Iban desde cosas simples como una enfermedad que sólo afectaba al celo y era sencilla de tratar, hasta la esterilidad y un mal estar mortal. El anciano oportunamente olvidó mencionar la opción de un embarazo, cosa que recordó minutos después de que el príncipe abandonara el lugar. De todas formas, no le dio mucha importancia, si el caso realmente era hipotético entonces no resultaba necesario aclararlo. Y si el omega lo decía por sí mismo o algún conocido, lo mejor sería que vaya con el médico de la corte, sea un embarazo o no.

Arturo se escapó a las mazmorras, envuelto en la capa que nunca le devolvió al mago. Esa noche el príncipe no hablo con el dragón, no le llevó nada de comer, ni siquiera se dignó a verlo. Solo se sentó en el suelo y, con la mirada fija en el piso de piedra, empezó a maquinar.

- ¿Qué ocurre joven Pendragon? – preguntó el ser de doradas escamas al notar el extraño comportamiento del rubio.

- ¿Morir es parte de mi destino?

- ¿Acaso no es parte del de todos?

Arturo se quedó callado un largo rato, sin saber que decir o hacer.

- Es probable que tenga una enfermedad mortal.

- Convertirte en rey es parte de tu destino.

- ¿Y entonces por qué mi celo no es regular?

- Eso deberías preguntárselo a Gaius.

- Él dijo que es probable que esté enfermo o sea estéril.

Kilgharra, sin agregar palabra alguna, acercó su enorme hocico a Arturo lo más que pudo, y éste se paró lo más cerca del borde como le era posible sin caer por el precipicio. El dragón respiró profundamente el olor del príncipe, hasta captar lo que necesitaba saber.

- De momento la muerte está lejos de tu camino, príncipe.

- Pero Gaius dijo- el dragón lo interrumpió

- Gaius se equivocó. Es vida dentro de tu vientre lo que afecta a tus calores.

El rubio abrió los ojos enormemente, negó repetidas veces con la cabeza y retrocedió torpemente, tropezándose y cayendo sentado. Incapaz de alejar su vista del dragón empezó a llorar silenciosamente, balbuceando cosas como "no es posible" "debe ser un error" o, la que más sorprendió a la criatura, "¿Qué haré ahora?".

- Los omegas suelen sentirse dichosos ante noticias como estas.

- ¡LOS OMEGAS SUELEN SER MUJERES! – el grito de Arturo se vio potenciado por el eco de aquel lugar, retumbando en las paredes y sonando mucho más fuerte de lo que realmente había sido - ¡Los omegas suelen estar casados! ¡Suelen ser parejas naturales entre hombres y mujeres! – la angustia en la voz del heredero al trono aumentaba a cada palabra, sus ojos histéricos se movían de un lado al otro y su mente se llenaba de escenarios catastróficos como desenlace de lo que ocurría – Si mi padre se entera lo matará.

- ¿A quién, joven Pendragon?

- ¡A MERLIN! – esta vez Arturo había hablado tan alto que sintió su garganta arder – él es el padre, él es un siervo, y un alfa, y un hombre, y un mago, y está saliendo con una beta. No hay forma de que no lo asesine con sus propias manos. Dios, si se entera estaremos condenados.

El futuro rey de Camelot siguió murmurando cosas sin parar, en una verborrea que estaba acabando con la paciencia del Gran Dragón.

- Primero debes decirle a Merlín – Kilgharrah era el único ser vivo que podía presumir haber interrumpido al príncipe dos veces en menos de una hora.

- No puedo hacerlo, esto no va a gustarle.

- Es responsabilidad de ambos, además, tarde o temprano un embarazo será notorio. La única forma de ocultarlo sería aislándote en un lugar donde no seas encontrado por ningún caballero de Camelot, y no puedes quedarte en esta mazmorra para siempre, por lo que tal hazaña sería imposible.

Arturo se limpió las lágrimas del rostro y le sonrió al dragón, dándole la razón, para luego abandonar las mazmorras.

Cuando el príncipe se dignó a hablar con el mago, éste no reaccionó nada bien. Era claro que ser padre no estaba en los planes del alfa, comportándose agresivo, insultando, y gritándole al Omega, haciéndole sentir culpable por aquel desafortunado hecho, olvidándose de que hablaba con el hijo del rey y soltando todas aquellas palabras de odio hacia los Omegas hombres que tiempo atrás había afirmado no creer. Arturo no reaccionó de ninguna forma, a pesar de contar con el derecho de hacerlo, esperando a que Merlín abandone la habitación para finalmente quebrar en llanto.

Arturo lloró día y noche, sintiendo cada afirmación del mago como una espina clavándose en lo más profundo de su ser, creyendo a la criatura que crecía en su vientre el culpable de todo aquello, detestando a la beta que se había atrevido a robarle a su alfa. Nadie lo consoló, ni siquiera cuando el aroma de Arturo, incontrolable por el remolino de emociones en su interior, se filtró por debajo de la puerta, apestando el pasillo entero a la más arrasadora de las tristezas y la más pura de las furias. Merlín se mantenía sirviendo únicamente a Gaius, evitando el pasillo del joven Pendragon para luego hundirse entre las sábanas de Freya.

Cuando finalmente alguien se acercó al Omega en pena, éste ya no lloraba. Morgana, quien finalmente había sido informada de la situación del menor, sintió pavor al reconocer la misma ira irracional de Uther en los ojos de su hermano, el mismo rencor envejecido de su padre en el rubio, la misma frialdad impenetrable en rey y príncipe. Morgana le rogó por meses a Merlín que hablara con Arturo, asustada por la forma en la que había dejado de luchar por la justicia y sólo hacía lo que se le ordenaba, como un soldado más, sin embargo, Emrys estaba sesgado, olvidando su responsabilidad con el futuro Albión y los usuarios de la magia.

A la chica no le quedó más remedio que desistir, acompañando a su hermano durante el embarazo, siendo testigo de cómo sus anteriormente pacíficos ojos azules brillaban con una ira nueva cada vez que el castaño lo evadía, siendo consciente de las advertencias que Kilgarrah le había hecho a Merlín y escuchando los regaños de Gaius cada vez que el mago era hostil o descortés con Arturo, intentando recordarle que únicamente era un siervo.

Alfa, Beta y Omega - MerthurWhere stories live. Discover now