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A la mañana siguiente Aizen durmió hasta casi las tres de la tarde. Tardó un rato en desperezarse y salir de la cama. Cuando lo hizo bajó al piso de abajo en calzoncillos tal cual se había ido a dormir la noche anterior, para su sorpresa no había nadie, ni Berta ni sus padres y eso le gustaba, estaba solo, mejor dicho tenía libertad absoluta.

Avanzó por el salón hasta la cocina, abrió la puerta y enseguida un olor a café y a bizcocho de chocolate le abrió el apetito. Devoró con ganas el desayudo, después se fumo un cigarrillo y se visitó. Había preparado todo un arsenal de bayetas y productos de limpieza decidido a dejar como nueva la casa del árbol. Tenía cinco llamadas perdidas de su madre, cosa que sin duda significaba que estaba asegurándose que se levantaba pronto y se pondría hacer las tareas del instituto, ilusa de ella –pensó Aizen- se había adelantado poniendo el móvil en silencio para poder dormir hasta tarde. Aún a si decidió llamarla para darle a entender que estaba estudiando y que no le molestase más, mentira, pero una mentira piadosa. Margaret Quembrich y Kevin García estaban en un espá de la ciudad de alado, tenían plazas reservadas desde hacía dos semanas, pero aún a si estaban disponibles por si algún incidente pasara.

Aizen subió primero a la casita de madera con una cuerda y un cubo, pasó un extremo de la cuerda por encima de la rama y enganchó al otro extremo el cubo, hizo un pequeño nudo en la misma rama para sostenerlo  y lo que cargaría en él próximamente para tener un sistema de poleas manual.  

Y a sí lo hizo cargó en él bayetas, esponjas, un bote con agua mezclada con algún producto químico que tenía en la cocina y bolsas de basura. En el siguiente cargamento metió el escobón y el recogedor, eso si sin los palos ya que se salían de la capacidad del cubo. Una vez ya tuvo todo a su disposición empezó a limpiar como si la vida le fuera en ello, haciendo saltar un arsenal de polvo y suciedad concentrada en esos nueve años de abandono. Empezó por liberar el suelo del peso de la porquería y cosas perdidas que fue reconociendo según se iban aclarando con los líquidos limpiadores y el frote de las bayetas.

Encontró desde unos viejos catalejos con un estampado militar a un quit de pinturas de acuarelas, ceras  y lápices de colores. Entre los escombros de hojas secas y telarañas una foto con su abuelo abriendo un regalo de navidad, dos espadas de plástico duro con empuñadura dorada simulando ser de oro, un parche y un gorro pirata. Limpió suavemente la foto con la mano y como hizo con el soldadito el día anterior se guardó la foto en un bolsillo para conservarla bien. El tiempo pasó volando ya eran las seis y media de la tarde y el muchacho aún seguía limpiando el lugar, ninguna de las telarañas que colgaban de las esquinas y ramas quedó intacta, todas al igual que rastro alguno de polvo y hojas secas desaparecieron. Había llenado dos bolsas de basura grande, el suelo ya parecía verse, y aunque desgastado daba más seguridad que al principio, también rescató otro taburete que estaba semi-oculto entre la maleza y la suciedad, del mismo modo que encontró el primero. Ahora tenía dos taburetes, tres pósters antiguos colgados de las paredes, los tres  de los típicos que venían con las películas de dibujos animados o al comprar cromos. Tuvo que tirar muchos muñecos descuartizados que servían como nido a infinidad de insectos, al igual que tuvo que tirar muchos dibujos que se habían emborronado con la humedad y que estaban llenos de agujeritos. El tiempo siguió corriendo, de las seis y media había pasado a las siete y cuarto, el sol ya no alumbraba como antes y la ausencia de este hacía notar la caída de la tarde y el viento fresco, era el momento de bajar de vuelta a la realidad, alias a su habitación a lavarse.

Hubieron pasado dos horas más antes de que sus padres regresaran de nuevo a casa, para entonces él ya tenía el pijama puesto, por lo menos la parte de abajo, una pantaloneta azul apagado con rayas negras y una camiseta blanca y ancha. Estaba tumbado en el sofá con un bol de palomitas apoyado en el pecho, una coca-cola en la mano derecha y el mando a distancia en la mano izquierda. Se sentía exhausto sin gana alguna de mantener conversaciones absurdas por si había estudiado o no, o que había estado haciendo toda la tarde en el caso de que su mente le jugara una mala pasada y respondiera que no, no había estudiado. Pero en fin, se dedicó a saludar con un seco hola y a seguir viendo la televisión, sus padres habían vuelto muy relajados y se les notaba que tampoco querían discutir, eso le reconfortó. Sobre las diez y cuarto cenó lasaña (que su madre había dejado descongelando a la mañana aunque Aizen no hubiera echo ni darse cuenta), a las once y media se fue a dormir, lo necesitaba su cuerpo le pedía descansar. Y una vez mas el día se le pasó en un abrir y cerrar de ojos, estaba dejándose arropar por las imágenes de la casa de madera ya habitable que se entre mezclaban con los momentos inolvidables que pasó ahí arriba con su querido abuelo. Enseguida la foto vieja que había encontrado se le pasó por la cabeza, la había guardado debajo de la almohada y no pudo evitar cogerla al sentir la nostalgia de esos recuerdos. Estuvo un buen rato mirándola, de niño era muy feliz, se pegaba el día jugando y fantaseando con su abuelo el cual había viajado a miles de sitios increíbles, o por lo menos eso le daba a entender en las historias que le contaba a Aizen, y a si terminó de dormirse cuando su cuerpo cansado de trabajar y su mente decidieron poner fin a tanta actividad cerebral.

Aizen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora