Capítulo 8; Necrópolis.

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— ¡Baaaaaaan! — grité, más que contento.

— ¡Capitáaan! — Hizo lo mismo el nombrado.

Después de haberme desmayado desperté en la cama de una casa que no conocía, a mi lado estaba mi Ángel y pude ver en el suelo a una armadura.

Ella me explicó que un Caballero Sacro intentó acercarse a mi para quitarme mi espada, sin embargo, como siempre, no lo permitió y lo dejó inconsciente.

Luego de eso y de un par de complicaciones que no interesan, logramos llegar a la prisión Baste.

Ban vino corriendo hacía mi más que emocionado y me golpeó tan fuerte que terminé rompiendo varias paredes. Mi Ángel no me defendería por que sabía que esta era la forma en la que el Zorro de la avaricia y yo demostrábamos afecto.

Ban rió estrépitosamente.

— ¡Capitán, venga! — Saltó con los brazos en alto emocionado. Me impulsé con la pared hasta llegar a él y darle un cabezazo que lo hizo atravesar paredes de la misma manera.

— ¿Siempre son así? — Oí que Elizabeth preguntaba.

— Sip, así son siempre — comentó Diane apoyada en la palma de sus manos.

— No tienen remedio — dijo Mi Ángel divertida. Nuestras miradas se cruzan y le guiño el ojo.

— ¡Ay, Capitán, no moriste! Estás vivito.

— ¡Y coleando!

Comenzamos a jugar a las vencidas, debatiendo en quién ganó más jugadas que el otro, y gracias a eso, destruimos sin darnos cuesta la prisión Baste.

(...)

— Elizabeth, él es Ban, el zorro de la avaricia.

— Mucho gusto señor Ban. Disculpe por no saludarlo como se debe, pero no puedo moverme — Ban sólo se presentó restando importancia a ese pequeño detalle.

Mi Ángel y Ban ya se habían saludado, y en este momento ella está a mi lado sonriendo por el ambiente tan cómodo.

— ¿Cuál es nuestro destino ahora, Capitán? — preguntó con gracia. Sonrío con los ojos cerrados.

— Por ahora, (Nombre) disfrutemos esta noche, mañana partimos hacía Necrópolis — Di suaves caricias en su cabello, pareció gustarle mi acción ya que cerró sus ojos.

— No beberás mucho, ¿verdad? — Me rasqué la nuca nervioso, con una gota de sudor bajando por mi frente.—. No te excedas, hoy te han lastimado  — Se cruzó de brazos enojada.

Que tierna se ve así.

— ¡Pero ya estoy recuperado! ¿Ves? — Levanto mi camisa, dejando ver mis abdominales.

— ¡He d-dicho que no! 2 Se sonroja. Aprovecho esta oportunidad para molestarla un poco.

— ¿Qué miras, atrevida? — Su rubor se expande hasta sus orejas.

— ¡Nada, nada! — Se cubre el rostro con las manos. Inevitablemente me río, es tan fácil de poner nerviosa.

— Y luego yo soy el pervertido — Me cruzo de brazos con expresión de triunfo.

Ella simplemente expandió su tono carmín.

Luego de un rato todos se quedaron dormidos, menos nosotros dos.

Mi Ángel | Meliodas Where stories live. Discover now