♦️Capítulo 18♦️ Visita Inesperada

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«El doctor dijo que hubo complicaciones en el parto. Lo siento Dušan, no sobrevivió.»

Fueron las ensordecedoras palabras que dejó caer Jován cuando pregunté por Karolina.

Si mi última sensación antes de cerrar los ojos fue dolorosa, la primera al volver abrirlos ni siquiera se le asemejaba. No soy capaz de expresar con palabras cómo me asentó conocer esa verdad tan desolladora. Sí, desolladora, porque la piel ardía levantándose con todas sus capas, dejándome expuesto, demasiado frágil. Aunque nunca fuera mía, al menos me quedaría el aliciente que sus esmeraldas volvieran a brillar al terminarse la guerra. Que transmitiera a su bebé la felicidad que una vez sintió en Zagreb y le infundiera al menos el valor de un sentimiento puro y real como el que yo había mantenido por ella.

Pero nunca haría nada de esas cosas. Estaba muerta, muerta sin vuelta atrás. Muerta. Mi Karolina... Quedé devastado, perdido y sin rumbo.

Lo normal era que agradeciera a Jován y los demás por haberme traído al hospital. Pero deseaba que hubieran dejado que me desangrara aquella fatídica tarde, me hubiesen hecho un gran favor ¿Para qué quería yo seguir viviendo?

Desperté y tuve que soportar más dolor. Ni siquiera pude reclamarle los años de lealtad que le guardé cuando ella me había olvidado en pocos meses. Se casó con la figura perfecta que idealizaba su padre y que para más peso en la balanza de desdichas, servía a los nazis.

«Que bajo caíste Karolina...»

Tantas noches de desvelo, semanas de necesidad con el único aliciente de reencontrarme con sus hoyuelos divinos. Días sin comer con la única preocupación de si ella ya se había llenado. Meses a punto de desfallecer mas resistiendo por la promesa que le había asegurado: Mantenerme vivo para volver, casarnos y hacerla la mujer más feliz de toda Europa.

Desde mi niñez me había dedicado a esa criatura, y nunca pude tocarla como esposo, nunca pude hacerla mía completamente.

También tuve que procesar la espectacular idea que había pasado todo un año en coma. Pero todas estas inquietudes desaparecieron al cruzar por la puerta la siempre impecable Aurora. Vestía un uniforme blanco y el aroma lavanda llegó a mi nariz, evocando sensaciones de paz.

Me enderecé en el espaldar de la cama, procesando la idea que la cantante estaba ejerciendo de enfermera. Aunque este hecho no me importaba mucho, porque ver una amiga del pasado que la muerte no me hubiese arrancado era en efecto fortalecedor.

—Aurora...

—¡Dušan! —Corrió para abrazarme intensamente—. Oré tanto por este día —exclamó sin soltarme, sollozando en mi hombro.

—Me alegra tanto verte.

La despegué con suavidad para detallarle el rostro. Lucía cansada y opaca pero igual de hermosa.

—¿Qué haces aquí? ¿Y las operaciones en Viena?

—Oh Dušan. —Se sentó al borde de la cama—. Han pasado muchas cosas. Los Aliados están batallando duro por nosotros, el fin se acerca. La situación se ha puesto sin embargo, más caótica aquí en Varsovia y me ofrecí como enfermera desde hace seis meses.

No entendía su ofrecimiento, pero lo cierto es que era loable. Al hospital llegaban cada día víctimas con heridas espantosas. Hombres delirando por la pérdida de sangre y otros suplicando la muerte por el dolor inaguantable. El lugar olía a podredumbre y carne quemada por pólvora. Aurora y su gran corazón... Ella había entendido que la mejor forma de ayudar a sus hermanos era apoyando en el hospital, aunque eso significara horas y horas cambiando vendajes, luchando contra fiebres ajenas y resistiendo el impulso de vomitar.

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