♦️Capítulo 10♦️ Hungría

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Szeged caliente e intensa, o mejor conocida por su bien llamado : Ciudad del Sol.

Había logrado convencer a un judío el señor Lévy, que me diese trabajo en su plantación de pimientos y alojamiento en una choza cerca de la casa principal. Por esas fechas el verano era insoportable, pues el clima en esa zona de Hungría difería bastante del abrupto invierno. Me levantaba temprano, alrededor de las cinco de la mañana, y comenzaba moler los pimientos secados previamente para conseguir la especia. Como la cosecha se había realizado en mayo, el trabajo por esa época era separar y empacar el polvo. Cuando vivía en Croacia y era pequeño, recuerdo que mi tía preparaba unos guisos con pimentón dulce que provocaban que dejara casi todo el caldo. Nunca me gustó mucho. Pero a golpe de fuerza aprendí a comerlo. Mis capataces eran personas mayores pero amables a pesar del hostigamiento que recibían por parte de los fascistas. En Szeged vivían muchísimos judíos que trabajaban duro para no verse como un estorbo en la sociedad.

Un poco alejado de los conflictos de guerra, tuve oportunidad de componerle bellos poemas a mi Karolina que le enviaba todos los meses, acompañados de cartas contándole sobre mi trabajo, los señores Lévy y la nueva construcción que ellos me habían permitido hacer.

¡Sí! En ese tiempo fueron mis padres adoptivos, nos tomamos tanto cariño mutuo que al contarle mi propósito de casarme, el señor Lévy insistió en darme una parcela para empezar los preparativos de hogar propio. Estaba tan entusiasmado, que terminando mi trabajo con los pimientos me dedicaba de lleno a la fabricación. Mis cartas contaban con todos los detalles que ostentaría la casa de nuestros sueños, y animaba a Karolina a comentarme sus ideas.

También solía escribir mucho de Dan, el dálmata de la casa. Dan llevaba años con los Lévy y me cogió un afecto repentino. Afecto mutuo, pues me recordaba mucho a mi tierra natal por su raza. Le contaba a Karol como el canino siempre me esperaba moviendo la cola cuando terminaba el trabajo.

Pero nunca obtuve respuesta de mi novia.

Este hecho me preocupaba un poco, pues ya no peligraba por poner el remitente en el sobre, usando mi seudónimo Ivo Modrick, claro está. Siempre enviaba la dirección con letra legible por miedo a que un mal trazo impidiera que no me llegaran sus cartas. Pero esperé en vano. En esos momentos de desesperación, pensaba cosas negativas sobre su paradero ¿Los habrían capturado? Poco probable, ya que Croacia estaba entregada de lleno a los nazis, al igual que Hungría, donde residía yo. También le escribí a mi única pariente viva sin resultado. Cuando las preocupaciones me abrumaban, trataba de dar un paseo por las tierras del capataz mirando la vegetación anaranjada y marrón que se empezaba a pintar a principios de otoño, despejando las malas ideas hasta calmarme. Tenía que existir una razón poderosa para que no obtuviera respuesta de ninguna de las partes, y tenía también que convencerme que no era nada relacionado con las crueldades que había visto hacer a las Potencias del Eje. A dichas caminatas también se sumaba Dan, que parecía percibir mi angustia. El perro no podía entender lo que sucedía, pero yo estaba seguro que el vínculo estrecho que habíamos formado conseguía que el animal intuyera que si me acompañaba, quizás me sintiera mejor.

Estuve de esa manera hasta principios de mil novecientos cuarenta y dos, cuando había reunido dinero suficiente para reencontrarme con mi prometida. Y entonces tomé la decisión arriesgada de volver a Croacia. Era una locura, pero confiaba en mi ingenio para entrar desapercibido, casarme con mi chica, y traerla a disfrutar de nuestro nuevo hogar. Huir como ella quiso desde un principo ya me parecía un plan inmaduro. Por mucho que me disgustara, Alemania a la cabeza de las demás potencias parecía haberse hecho con el control absoluto por el final de los tiempos. En cuanto terminaran de subyugar a los rebeldes, dominaría toda Europa Central. No me quedaba de otra que aceptarlo e intentar aprender a vivir mientras las cosas se calmaran. Sin embargo, mis planes volvieron a verse tronchados por la Segunda Guerra Mundial.

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