PRIMERA PARTE (HEIDI) - Camino de los Alpes.

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Desde la alegre y antigua ciudad de Mayenfeld parte un sendero que, después de atravesar verdes campos y densos bosques, llega hasta el pie de las majestuosas montañas, de imponente y severo aspecto, que dominan el valle. Después, el sendero empieza a subir hasta la cima de los Alpes, cruzando prados de pasto y hierbas olorosas.

Por esta vereda trepaba, en una mañana espléndida, una alta y robusta muchacha de la comarca, y a su lado, cogida de su mano, iba una niña, cuyas mejillas rojas destacaban en su rostro bronceado —lo que no era sorprendente, porque, no obstante el fuerte calor de aquel mes de junio, la niña había sido arropada como en pleno invierno—. La pequeña contaría unos cinco años; era difícil hacerse una idea de su figura ya que llevaba dos o tres vestidos, uno encima del otro y, tapándolo todo, un gran pañuelo de algodón rojo que la hacía parecer algo informe. Con sus gruesos zapatos provistos de clavos en las suelas, la acalorada niña avanzaba con dificultad. Hacía cerca de una hora que las dos viajeras habían comenzado a subir por el sendero, cuando llegaron a Dörfli, una aldea situada a medio camino hacia la cima. La joven acababa de llegar a su pueblo natal, donde todos la conocían. Desde casi todas las casas salieron gritos de bienvenida, pero ella siguió caminando, aunque contestaba a los saludos y a las preguntas, y sólo se detuvo frente a la última casa de la aldea. La puerta estaba abierta. Una voz la llamó desde el interior.

—Espérate un momento, Dete. Si vas allí arriba, te acompaño.

Se quedó esperando. La niña soltó su mano y se sentó en el suelo.

—¿Estás cansada, Heidi? —preguntó la joven.

—No, pero tengo calor —respondió la niña.

—Falta poco para llegar; sólo un pequeño esfuerzo y en una hora estaremos arriba —le dijo su compañera para animarla.

En aquel momento salió de la casa una mujer corpulenta, de dulce aspecto, y se reunió con ellas. La niña se había levantado y echó a andar detrás de las dos amigas, que entablaron en seguida una animada conversación acerca de los habitantes de Dörfli y de las aldeas vecinas.

—Pero ¿dónde vas con esta pequeña, Dete? —preguntó la recién llegada —, ¿no es la hija que dejó tu hermana?

—Sí, es ella —contestó Dete—. La llevo al Viejo[1] allí arriba, vivirá con él.

—¡Cómo! ¿Quieres que esta niña se quede con el Viejo de los Alpes? ¡Has perdido la cabeza, Dete! ¿Cómo puedes hacer semejante cosa? ¡Ya verás como el viejo os mandará de vuelta a casa!

—¡No puede hacerlo! Es su abuelo, ahora le toca a él hacer algo por ella, yo ya he hecho bastante. Te aseguro, Barbel, que no voy a dejar escapar el trabajo que me ofrecen, a causa de la niña.

—Si él fuera como los demás, no diría que no —respondió Barbel con viveza—. Pero tú le conoces, y ¿qué quieres que haga con una niña tan pequeña como ésta? No querrá quedarse con él. Pero, dime, ¿adónde pensabas ir?

—A Frankfurt —repuso Dete—. Un matrimonio que ya vino el año pasado a Ragatz me ofrece un buen empleo en su casa. En el hotel tenían la habitación en la planta donde yo estaba de servicio. Ya entonces quisieron llevarme con ellos, pero no acepté. Este año han vuelto y me ofrecen nuevamente el empleo ¡y esta vez iré, puedes estar segura!

Heidi - Johanna SpyriWhere stories live. Discover now