Capítulo XXII

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Veinte años antes


– Ha sido una tragedia – dijo su tío con pesar.

– ¿Tragedia? ¡¿Tragedia?! – gritó la mujer. – ¡Mi hermana ha muerto! ¡Mi cuñado también! ¡La palabra tragedia es poco!

– Cielo, cálmate.

– ¡No! – golpeó el aire con sus brazos y luego bajó sus puños hasta la mesa del comedor.

Por el ruido fuerte y los acontecimientos de hacía pocos días atrás, Yibo tembló mirando a la nada, sin notar el calor que intentaba darle el abrazo de su tío. No paraba de llorar en silencio, con miedo de soltar un sollozo o una queja que enfadara más a la mayor.

La policía acababa de irse, tras interrogarlo y hacerle muchas preguntas las cuales algunas no entendió, dejándolas sin respuesta, y otras que prefirió no responder. Los agentes no fueron muy severos ni rudos, al contrario, fueron gentiles y dóciles.

¿Cómo no serlo cuando estaban hablando con un niño de cuatro años?

– ¡¿Qué vamos a hacer ahora?! – se sentó en la silla mirando a su marido. – ¡¿Eh?!

– Haremos lo que podamos.

– ¿Hacer lo que se pueda? – rió secamente. – Claro – su mirada se desvió del hombre al pequeño castaño. – ¡Ni se te ocurra continuar llorando! – le amenazó con el dedo. – Ellos no merecen una maldita lágrima tuya, ¡tú los mataste! – se levantó de golpe cayendo el asiento hacia atrás.

– Cielo...

– ¡Tú te callas!

La mujer delgada, con el pelo castaño claro y sucio recogido en un moño sobre la cabeza y ropa empobrecida, se acercó a Yibo. Su expresión denotaba locura y sus ojos inyectados en sangre corroboraba las malas condiciones en la que vivían ella y su esposo.

La casa entera era un porquizal, aunque la sala principal se salvaba un poco. El olor a tabaco estaba impregnado en los muebles y en los cojines del sofá verde oscuro, también en las cortinas y en los manteles. Aquella vivienda no podía considerarse hogar, solo un lugar donde han acabado desperdicios de la calle, donde en los días de lluvia el suelo se encharcaba por las goteras.

– Sube arriba y enciérrate en el cuarto – le ordenó con sus dientes apretados.

El menor no se movió, en su mente solo recordaba los sonidos, los gritos y sus muertes.

– ¿Me has escuchado? ¡Ve arriba! – no logró nada. – ¡Maldito, niño! – levantó la mano con intención de golpearle pero el hombre la detuvo a tiempo.

– Yibo, Yibo – lo llamó suavemente, consiguiendo sacarlo de ese bucle de dolor y llanto. – Ve arriba, por favor.

El pequeño asintió y se levantó dirigiéndose a las escaleras de baldosas rotas. Su cuerpo se controlaba solo, su cerebro no era capaz de comandar nada. Sin pensar, se deslizó por la mugrienta pared quedándose en uno de los escalones, quieto, en silencio, escuchando la conversación de abajo.

– No lo trates así.

– Es un puto asesino, ¡él tiene la culpa!

Solo una copa de Whisky | Yizhan 🔞 *Finalizada*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora