XI. Amigos

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Edenna Soreil
Colonia 30


Edenna y Sáhtte habían pasado algunas horas estudiando el recinto subterráneo de la Condena. A la mañana siguiente, se sentían preparadas para entrar por el punto más débil que encontraron en la estructura. Justo debajo de una duna de arena, había una escotilla de hierro inoxidable protegida con una contraseña de ocho dígitos. Pasaron gran parte del día excavando y creando algoritmos para encontrar la contraseña, hasta que por fin pudieron entrar.

Bajaron por una escalera metálica y cerraron la escotilla incorrectamente, para ocupar aquella misma entrada como salida dado el momento. Llegaron hasta un túnel recubierto de paneles de acero e iluminado artificialmente. No había ningún guardia cerca, pero ambas mujeres estaban preparadas con las bombas viscosas que Istenia les había entregado como cortesía.

Avanzaron hasta el final del túnel, encontrándose con una decisión por tomar: derecha o izquierda. Ambos corredores lucían igual de vacíos e iluminados, no obstante, según las indicaciones que Sáhtte había anotado en su brazo, debían seguir hacia adelante.

—Los planos que nos dio Istenia no estaban actualizados —lamentó Edenna con un suspiro.

Sáhtte entrecerró los ojos, observando el confuso mapa en su brazo. Tenía tantas líneas y anotaciones que solo ella misma podía comprenderlo.

—Estoy bastante segura de que lo último que Conswell tiene en mente son remodelaciones —comentó pensativamente.

Ambas miraron la pared de acero frente a ellas. Lucía igual que el resto. Entonces cayeron en cuenta de que ese era el objetivo.

Casi al mismo tiempo, Edenna y Sáhtte maldijeron a Conswell.

—¡Se robó mi prototipo! —se quejó Sáhtte como niña pequeña.

—Se robó mi idea —apoyó Edenna en un tono más tranquilo.

Años atrás, cuando Edenna y Conswell aún eran pareja, habían planeado muchas cosas con ayuda de Sáhtte. Desde zapatillas con propulsores como medio de transporte hasta naves que podían accionar un camuflaje tan desarrollado que parecían invisibles. Al parecer, Conswell había olvidado que tenía una familia, pero no había olvidado los experimentos que idearon.

Si no fuera su propia tecnología, probablemente Edenna y Sáhtte nunca habrían adivinado que el "panel de acero" que estaba frente a ellas era en realidad una entrada con camuflaje. El corredor que se extendía a sus lados era una distracción que no las llevaría a ningún lado.

Sáhtte resopló con molestia. Dobló las mangas largas de su blusa hasta el codo, ató su cabello y puso manos a la obra para desactivar el sistema de camuflaje.

—Yo no puedo vender tecnología de este rango —murmuraba mientras trabajaba— porque Looyó Abnirak dijo "esto puede caer en las manos equivocadas, Sáhtte". Adivine qué, comandante Abnirak, ya está en las manos equivocadas. La diferencia es que yo pude haber hecho mucho dinero si me hubieran dado la licencia para venderla.

Abrió un panel que requería una contraseña para pasar. Sáhtte gruñó y jugó con algunos dígitos, hasta que pareció pensar en una nueva idea.

—Mi tecnología está siendo utilizada en nada menos que la Condena —seguía quejándose—. ¡La Condena! ¿Cómo se atreven a plagiar mi trabajo? ¡Años de secrecía para que al final Conswell desarrolle un psicópata alter ego y se robe mis prototipos!

Golpeó al panel con el codo y lo abolló lo justo para crear una pequeña apertura que le permitió desarmar el panel por completo. Edenna observó en silencio, acostumbrada a que su amiga hablase sola cuando le ponían una pieza de tecnología en frente.

Colonia 30 (II)Where stories live. Discover now