II. Celda

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Renee Belrie
Colonia 30


La memoria era un arma de doble filo.

Podía servir como almacén para aquellos recuerdos que levantaban el ánimo o para retener información valiosa. Renee conocía las enormes ventajas de tener una memoria perfecta. Aunque también las desventajas. De niña había sido capaz de bloquear recuerdos desagradables o incongruentes, pero aquella habilidad la había perdido conforme crecía. Recordaba todo. Incluso las cosas que no quería recordar.

Los gritos. La sangre. El disparo. Su cuerpo.

Los recuerdos la atormentaban incluso a través de sueños. No podía estar en paz. Despierta podía escuchar los gritos de Wivenn. Dormida podía visualizar el cuerpo de Kybett. Nadie pudo hacer nada. Sucedió tan deprisa...

Renee abrió los ojos.

El ya conocido techo agrietado apareció frente a ella. Sabía que si se erguía encontraría solo muros de contención a su alrededor. No podía ver más allá de la electricidad blanquecina que recorría los muros para mantenerla dentro de ese miserable cubo de espacio. Era de un tamaño similar al de su hogar, con la diferencia de que ahí no estaba Mett, ni su madre, ni la alfombra, ni la pila de pañuelos ensangrentados o las decenas de jeringas con calmantes.

Lo único que había era electricidad, una cama y una letrina. Si era sincera, Renee pensaba que ser atrapada por la Condena iba a ser mucho peor que eso.

Era difícil llevar la cuenta del tiempo. Se guiaba por el número de comidas que recibía, así que suponía que llevaba dos o tres días encerrada.

El primer día fue el más difícil. No sabía nada de Eliott. Nada de Hazz. Nada de nadie. Después cayó en cuenta que no podrían haber matado a sus amigos, de lo contrario ya la habrían matado a ella. Eso la tranquilizó un poco, lo suficiente para no enloquecer.

Hazz era quien más le preocupaba. No la habían visto desde que se separaron para buscar la cura. Ella se había quedado en el exterior con Istenia mientras el resto del equipo entró a la cueva. Hazz podía estar en una situación similar a la de Renee, quizás mejor, quizás peor. Renee esperaba que no la hubiesen atrapado. Si ella estaba libre, entonces tenían una esperanza de salir de ahí con vida. Hazz siempre tenía un plan.

Un ruido la sacó de sus pensamientos. Alguien estaba entrando.

Renee se levantó de la cama inmediatamente. La comida se la llevaban mientras dormía y no había ni siquiera una ventanilla para mirar al exterior. Era la primera vez que tendría contacto con alguien.

Una sección de los muros se desactivó, abriendo paso para un chico. Llevaba la vestimenta negra con los bordados anaranjados típica de los miembros de la Condena. Su piel oscura y su cabello rizado iban acompañados de detalles anaranjados, como broches, bandas y tatuajes. A pesar de los cambios que había sufrido en tan poco tiempo, Renee lo reconoció.

Neffan Denirak. Su primer amor y su primera traición.

—Me alegra volver a verte, Renee.

Neffan mantenía esa sonrisa alegre que en su momento había conquistado a Renee. Ella quiso lanzarse a golpearlo, pero sabía que podía resultar peor para ella. Se mantuvo en silencio, inmóvil. Era su mejor defensa al momento.

La última vez que había visto a Neffan había sido en la sede de la Aurora, escapando de la Condena. Neffan había intentado convencerla de acompañarla a algún lado, seguramente con la Condena, ya que él era su Tercero al mando. No fue hasta que ella ató cabos que supo que Neffan no tenía buenas intenciones. Hazz llegó a salvarla y después huyeron de la isla. Renee no había vuelto a pensar en Neffan desde eso.

Colonia 30 (II)Where stories live. Discover now