Platón

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... una añoranza de regresar a la verdadera morada del alma...

A la mañana siguiente, Sofía se despertó de golpe. Sólo eran poco más de las cinco, pero se sentía tan despejada que se sentó en la cama.

¿Por qué llevaba el vestido puesto?De repente, recordó todo.

Sofía se subió a un escabel y miró el estante superior del armario. Pues si, allí estaba la cinta de vídeo. Entonces, no había sido un sueño; al menos, no todo. ¡Pero no podía haber visto a Platón y a Sócrates! Bah, ya no tenía ganas de pensar más en ello.

Quizás su madre tuviera razón en que estaba un poco ida últimamente. No consiguió volverse a dormir. quizás debería bajar al Callejón, a ver si el perro había dejado otra carta. Sofía bajó la escalera de puntillas, se puso las zapatillas de deporte, y salió al jardín.

Todo estaba maravillosamente luminoso y tranquilo. Los pajarillos cantaban con tanta energía que Sofía estuvo a punto de echarse a reír. Por la hierba se deslizaban las minúsculas gotas de cristal del rocío de la mañana. Un vez más se le ocurrió pensar que el mundo era un increíble milagro. Se notaba humedad dentro del viejo seto.

Sofía no vio ningún sobre nuevo del filósofo, pero, de todos modos, secó un tocón muy grande y se sentó. Se acordó de que el Platón del vídeo le había dado unos ejercicios. Primero, algo sobre cómo un pastelero era capaz de hacer cincuenta pastas totalmente iguales.

Sofía tuvo que pensarlo mucho, porque le parecía una verdadera hazaña poder hacer cincuenta pastas iguales. Cuando su madre, alguna que otra vez, hacía una bandeja de rosquillas berlinesas, ninguna salía completamente idéntica a otra. Claro, que no era una pastelera profesional, pues a veces lo hacía sin mucha dedicación. Pero tampoco las pastas que compraban en la tienda eran totalmente iguales entre sí. Cada pasta había sido formada por las manos del pastelero, ¿no? De pronto, se dibujó en la cara de Sofía una astuta sonrisa. Se acordó de una vez en que ella y su padre habían ido al centro, mientras la madre se había quedado en casa, haciendo pastas de navidad. Cuando volvieron, se encontraron con un montón de pastas a la pimienta, con forma de hombrecitos, extendidas por toda la mesa de la cocina. Aunque no eran todas igual de perfectas, sí que eran de alguna manera, totalmente iguales. ¿Y por qué? Naturalmente, porque la madre había utilizado el mismo molde para todas las pastas.

Tan satisfecha se sintió Sofía de haberse acordado de las pastas a la pimienta que dio por acabado el primer ejercicio. Cuando un pastelero hace cincuenta pastas completamente iguales es porque utiliza el mismo molde para todas. ¡Y ya está! Luego, el Platón del vídeo había mirado directamente a la cámara, y había preguntado por qué todos los caballos son iguales. Pero eso no era verdad. Sofía diría más bien lo contrario, que no había ningún caballo totalmente idéntico a otro, de la misma manera que no había dos personas completamente iguales. Estuvo a punto de renunciar a solucionar ese ejercicio, pero, de pronto, se acordó de cómo había razonado con las pastas a la pimienta.

Al fin y al cabo, tampoco las pastas eran totalmente iguales, algunas eran más gorditas que otras, otras estaban rotas. Y, sin embargo, para todo el mundo estaba claro que, de alguna manera, eran. Quizá, la intención de Platón era preguntar por qué un caballo era un caballo, y no algo entre caballo y cerdo.

Porque aunque algunos caballos fueran pardos como los osos, y otros blancos como los corderos, todos tenían algo en común. Sofía no había visto jamás, por ejemplo, un caballo con seis u ocho patas. ¿Pero no habría querido decir Platón que lo que hace a todos los caballos idénticos es que han sido formados con el mismo molde? Luego, Platón había hecho una pregunta muy importante y muy difícil.

Tiene el ser humano un alma inmortal Sofía no se sentía capacitada para contestar a esa pregunta. Sólo sabia que el cuerpo muerto era incinerado o enterrado, y que así no podía tener ningún futuro. Si uno opinaba que el ser humano tenía un alma inmortal, también tenía que pensar que el ser humano está compuesto por dos partes totalmente distintas: un cuerpo, que al cabo de algunos años se agota y se destruye, y un alma, que: opera más o menos independientemente del cuerpo.

La abuela había dicho una vez que era sólo el cuerpo el que envejecía. Interiormente, había sido siempre la misma muchacha. Lo de«muchacha»condujo a Sofía a la última pregunta. ¿Los hombres y las mujeres tienen la misma capacidad de razonar? No estaba ella muy segura. Dependía de lo que Platón quisiera decir con«razonar». De pronto, se acordó de algo que había dicho el profesor de filosofía sobre Sócrates.

Sócrates había señalado que todos los seres humanos pueden llegar a entender las verdades filosóficas si utilizan su razón. Pensaba, además, que un esclavo tenía la misma capacidad de razonar que un noble para poder solucionar preguntas filosóficas.

Sofía estaba convencida de que Sócrates habría dicho que mujeres y hombres tienen la misma capacidad de razonar. Sentada meditando, oyó de repente ruidos en el seto y alguien que respiraba como una máquina de vapor.

Al instante, apareció en el callejón el perro amarillo. Llevaba un sobre grande en la boca. ¡Hermes! –exclamó Sofía–. ¡Muchas gracias! El perro dejó caer el sobre en las rodillas de Sofía, que estiró la mano para acariciarle. –Hermes, buen perro –dijo.

El perro se tumbó delante de ella y se dejó acariciar. Pero al cabo de unos minutos, se levantó y se dispuso a desaparecer entre el seto por el mismo camino por el que había llegado. Sofía le siguió con e1 sobre amarillo en la mano.

El perro se giró un par de veces gruñendo, pero Sofía no se dio por vencida. Encontraría al filósofo aunque tuviera que correr hasta Atenas. El perro apresuró el paso, y pronto se metió por un estrecho sendero. También Sofía aumentó la velocidad, pero cuando había corrido durante un par de minutos, el perro se paro y se puso a ladrar como un perro guardián. Sofía no se dio por vecindad todavía y aprovechó la oportunidad para acercarse aún más. Hermes siguió a toda prisa por el sendero. Sofía tuvo que reconocer finalmente que no era capaz de alcanzarlo.

Durante un largo rato se quedó parada escuchando cómo se alejaba. Al final, todo quedo en silencio. Sofía se sentó sobre un tocón delante de un pequeño claro en el bosque. En la mano tenía un sobre grande. Lo abrió, sacó varias hojas escritas a máquina, y empezó a leer.

El mundo de Sofía-Jostein GaarderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora