一¿Como demonios desaparecio de la nada? - Preguntó exaltada.
一Estaba frente a nosotros... No fue buena idea seguirlo de lejos - Contestó Jay.
En otro momento, eso me haría enojar , era muy explosiva hace unos años, podria decirse que incluso amargada. Ahora había cambiado todo eso por seriedad y simpatia. Y, personalmente, me alegraba mi cambio.
一Debemos buscarlo, el dia pasa rápido - Aviso.
Comence a caminar hacia la dirección contraria que Jay. Iria por donde vinimos, intentando pasar por las calles a nuestro lado, para intentar encontrarlo si estaba por ahí.
一¡T/N! - Llamo a lo lejos.
Me di vuelta, respondiendo.
一¡Separemonos! ¡Volvamos aquí si lo encontramos o no! - Grito.
一Ten cuidado... - Susurro preocupado el chico. Pero era obvio, ella no lo habria escuchado.
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Habian pasado algo mas de unas tres horas, y ni rastro de Changbin habia encontrado.
"Espero que Jay lo haya hecho"
En este momento estaba volviendo al lugar donde nos separamos. Ya era hora de dirigirnos al Rio Han, y el sol se ocultaba lentamente por el horizonte. Hacia frío y mi cortavientos era lo único que me mantenía abrigada, lamentablemente solo un poco.
一¿Pero que? - Hable en voz alta al darme cuenta de que estaba perdida.
Gire mi cuerpo alrededor de mi lugar, intentando reconocer alguna cosa que me ayudara. Suspire con frustración. Camine, entonces, siguiendo las calles. Sabia que estaba cada vez más perdida, pero tampoco podia quedarme sin hacer nada, debiamos llegar los tres juntos al lugar de encuentro, no me permitiría una baja mas. Ademas, debia llegar con mi hermana.
Seguramente estaria enojada conmigo, me esperaba el dia que salimos para la cena, a mas tardar. Y por cosas de la vida estaria llegándo una semana tarde a la cena. Asi que, o me ignoraria después de regañarme... O me recibiría amorosamente. Francamente era mas creible la primera opción.
Eramos diferentes en varias formas de nuestra personalidad, pero lo que mas nos destacaba era que soliamos ser rencorosas en ciertas situaciones, y obviamente esta seria una de ellas. Pero, al mismo tiempo, nuestro rencor duraba poco menos que un perro hambriento devorando un pedazo de pan.
Volviendo a la realidad, cruzaba la calle para entrar en otra. Eran las seis de la tarde, pero la luna ya asomaba y la noche comenzaba su turno.
