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Observé con frialdad a mi familia marcharse de allí, observando a escondidas, tras una multitud apestosa de gente completamente irrelevante a mí, dejándome allí, tirada, sin saber que estaba mirando. No pude ver ningún tipo de arrepentimiento o resentimiento en sus expresiones, se fueron a otro país, a otro continente, olvidando a la hija mayor de la familia.
Pero, de todas formas, aquella dejó de ser mi familia hacía mucho tiempo, porque no solo faltaba la pieza esencial, sino también el cariño y los valores que una supuesta familia debía de tener.

Volví con el mayor asco posible retenido en mi cuerpo a mi casa, en Seúl, lugar el cual no es mi ciudad de origen, a diferencia de Ulsan. Sin embargo, era necesario venir aquí, para no volver a verles y evitar su constante impertinencia a la hora de decirme que me fuera con ellos a Noruega. ¿La razón? No lo sé, de hecho, no me importa en absoluto.
Nunca me interesé por eso, desde que supe que se irían tuve claro que aprovecharía mi oportunidad para alejarme, y eso hice.

Hacía frío, comenzaba a refrescar, era un sábado como cualquier otro en el que el invierno empezaba a hacer su aparición, siendo un tibio veinticuatro de Noviembre en el que me arropaba con las sábanas sin querer salir a afrontar la cruda realidad

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Hacía frío, comenzaba a refrescar, era un sábado como cualquier otro en el que el invierno empezaba a hacer su aparición, siendo un tibio veinticuatro de Noviembre en el que me arropaba con las sábanas sin querer salir a afrontar la cruda realidad.

Tras unas semanas de no haber pisado un centro escolar, era mi hora de volver a clases, un futuro no se construía solo, por lo que muy a duras penas, me levanté de mi pequeña pero acogedora cama.
Aunque yo no quería un futuro, pero me mentía a mí misma pretendiendo quererlo.

—Buenos días, Minah despeinada. —me observé de lejos en el espejo que adornaba la pared, saludándome a mí misma, siendo mi única compañía en esos momentos y, desde cierto punto, siempre.
Solo me quedaba yo y esa fachada que me hacía creer que me amaba y me apoyaba a mí misma.

Me levanté, tocando el espejo y sintiendo el frígido cristal en contacto con mis blancos dedos. Miré la hora, eran las doce y media, me sentí vaga por no haber puesto una alarma, o algo así, pero mis ánimos no estaban como para eso, y no me importaba demasiado.

Abrí las enfriadas cortinas negras, una a cada lado, dejando pasar los rayos de sol, sintiendo aún frío, pero con los ojos casi cerrados por la repentina luz que no me agradaba. Se reflejaba en los muebles encerrados en la habitación con un tono anaranjado que me cegaba.

Miré por última vez mi cuerpo semi desnudo en el espejo, antes de agarrar algo de ropa. Me gustaba lo que veía, la forma de mis curvas, un pequeño regalo que se me dio, y aunque no compensaba otras cosas, estaba muy bien.

Unos vaqueros negros y una camisa a cuadros eran todo lo que me hacía falta y, por supuesto, una chaqueta. Cepillé con vaguedad e indiferencia mi pelo color azabache, acentuando así las pequeñas ondulaciones en el acabado de este. Lo miré indecisa, tal vez era hora de hacerle algo a aquel color que llevaba allí desde que nací, pero no tenía muchas ganas de arruinar una imagen que me gustaba realmente.
Era alguien decidida, pero en algunos casos me iba completamente del tema.

𝗪𝗔𝗥𝗠 | Kim Sunoo ✓ Where stories live. Discover now