Y así fue, viendo como cazaban y maltrataban a aquellas sabias mujeres, acabando con miles de ellas.

Se sintió un traidor a las enseñanzas de su escuela, de los Dioses.

Los castigos no debían ser para ellas. Serían para aquellos capitanes corruptos, para los ladrones, para asesinos a sangre fría.

Decidió entonces, dejar huir a una mujer acusada de brujería. Para su suerte, nadie se enteró.

Fue entonces el comienzo de su rebeldía, soltando acusadas injustamente, y asesinando a criminales a las espaldas de sus superiores.

La adrenalina era lo mejor, la presión de ser atrapado, la emoción cuando todo estaba yendo acorde a su plan, y la calma al saber que estaba bien.

Perdió la cuenta de a cuantos condenados injustamente liberó, y eso era bueno para él.

El último trabajo que recordaba, fue una caza, a una bruja de nombre Tetienne. Estaba siendo buscada por todo el reino, pues había desaparecido junto a la princesa Antoinette.

Si las brujas existían, ellas podrían acabar con un ejército.

Fue su división la que halló a ambas mujeres furtivas, escondidas en una cueva.

Escuchó aquellos gritos de la princesa, al ver a la otra siendo encadenada, azotada y acusada de brujería.

— ¡Tetienne, iré por ti! Lo prometo, por cada palabra de aquel libro —pronunció. Marteen la observó, siendo sostenida bruscamente por dos soldados.

Le pareció indignante la forma en la que trataban a la princesa, la hija de los monarcas, la futura reina.

— ¿Qué creen que hacen, soldados? —Preguntó observándolos— La forma de tratar a la princesa no es esa, tan cruel, como a un perro rabioso —caminó hacia ellos, precisamente hacia la mujer de cabellos pelirrojos, inclinándose ante ella—. Su Majestad, permítame escoltarla hasta su carruaje y acompañarla en el viaje de regreso a su hogar.

Aquella mujer lo miró, sus ojos verdes expresaban desprecio, miraba así a cualquier soldado.

—Suéltenme —ordenó—. Iré con este caballero ahora.

—Pero, señorita, nuestro capitán nos dijo que...

— ¿Quién tiene más poder sobre ustedes, hombres que al reino defienden? ¿Su capitán, que trabaja para nosotros, los monarcas? ¿O la propia princesa Antoinette del reino de Camil?

—Usted, mi señorita.

—Suéltenme entonces —demandó, siendo soltada al instante por aquel par de hombres. Ella tomó la mano ofrecida por Marteen, y lo siguió hasta su carruaje, cuando ambos estuvieron dentro, y los caballos que los guiaban habían empezado a galopar, habló—. No espere que le agradezca cuando los de su división están maltratando a Tetienne.

—No espero que lo haga, majestad. No me parece justo que invadan sus decisiones, pero son decisiones de los reyes.

—Que se han dejado llevar por las estupideces de los otros reinos, sobre brujas. Cuánta mentira hay en ello, soldado, espero no crea en las brujas.

—Creo que los Dioses tienen cosas más importantes que hacer, para darle un poco de poder a mujeres para que acaben un reino.

—Tienes toda la razón. Oh, si Dallet le diera sabiduría a los habitantes de Camil para sacar todas esas sandeces de sus mentes.

The Hell in The HeavenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora