Capítulo 3 Andrés

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Lo que os voy a contar no es la infancia que los niños quieren tener, es de cuando tenía 8 años, cuando estaba en el orfanato Santa Catalina, donde pasan cosas que no suelen pasar en otros sitios, y tampoco deberían pasar. 

 Llegué cuando era muy pequeñito, según me han contado, mi padre abandonó a mi madre cuando ella estaba embarazada de mí, ella solo tenía 17 años, y al ser tan pequeña, no sobrevivió al parto. Tras su fallecimiento, su hermana, o sea, mi tía decidió que me cuidaran aquí.

Yo era un niño muy pequeño, de edad y de estatura. Además, también me costaba mucho relacionarme, y eso me llevo a estar siempre solo. Los otros niños se reían siempre de mí, mientras pasaba por los pasillos o cuando estaba solo en el comedor. Hasta que un día decidieron que los insultos no eran suficiente, yo estaba en el baño, y al salir ellos estaban ahí, acorralándome. Al principio solo fueron insultos, pero fue a peor, empezaron con empujones leves, luego me tiraron al suelo y empezaron a darme patadas, en el estómago o en la espalda, mientras yo me retorcía de dolor. En un momento entró en un profesor, y solamente les dijo que salieran del baño, y me dejó allí, tirado en el suelo, sin poder mantenerme en pie. En ese momento descubrí que nadie me iba a ayudar, si había que hacer algo lo tenía que hacer yo. 

 Cuando me conseguí levantar, fui lo más rápido que pude al despacho de la directora. Le dije todo lo que había ocurrido, le enseñé las heridas y los moratones. Pero su respuesta no fue la que me esperaba, lo único que hizo fue llamar a esos abusones para que me pidieran perdón y quitarle hierro al asunto diciendo que solamente eran cosas de niños. 

 Estos abusones habían detectado a una de sus víctimas, una que no se puede defender y que, además, no reciben un castigo por mucho le peguen o le insulten. 

No todo fueron insultos o puñetazos, en realidad su único objetivo era hacerme la vida imposible o lastimándome o ridiculizándome. Me acuerdo una vez, que decidieron dejarme en ridículo mientras estaba en la ducha, rompiendo mi taquilla y quitándome la ropa y las toallas para que tenga que ir a buscarlas al otro lado del orfanato sin nada para taparme. 

Esto se repetía en numerosas ocasiones, esas personas que no tenían nada que hacer en su miserable vida se divertían y llenaban el espacio vacío que tenían en el corazón con la alegría que producía mi sufrimiento. 

 Recuerdo las noches de tortura que pasaba, recordando el dolor, las palabras tan hirientes que me decían y lo peor de todo, sus risas, esas risas que para ellos iban a juego con mis lloros y que tanta satisfacción les producía, las lágrimas que se caían en mi almohada representaban mi vida de dolor que tenía. 

 Buscaba ansiosamente una solución que frene esta vida tan horrible solo encontraba soluciones imposibles o soluciones que harían que no viera la luz del sol durante un largo tiempo, pero al pensarlo en un momento de depresión, la balanza se decantó por el largo tiempo sin ver la luz solar en vez de esta eternidad de sufrimiento, para mí las horas parecían días y los días semanas si estaba sufriendo estas torturas. 

 Aún quedaba la decisión más difícil, ya que hay dos formas de no disfrutar del aire libre. O bien acabando con la vida de esos malnacidos y dejando salir una parte de mí que solo sentía ira y dolor, o bien quitándome yo la vida y acabar con una vida que no se la deseo a nadie e irme en paz hacia un lugar donde nadie me tratara así de mal, y a su vez dejando un daño psicológico irreversible en la mente de semejantes criaturas tan horrendas y en la mente de la directora al haber permitido esto. Aunque a esta última solo le importara que su negocio de cuidar a pequeñas criaturas no se manche y pueda seguir durmiendo bien a base de las lágrimas de las almohadas que hay en varios sitios. 

 Tras varias noches de tristeza decidí vengarme de estas criaturas y robé un cuchillo que tenía otro niño y que había escondido en su colchón junto a otro, a este niño lo estaba observando días atrás, sé que había varias muertes a sus espaldas, pero no me parecía mal siempre y cuando sean para matar a gente sin empatía como las causantes de mi tortura. Ojalá les hubiera matado, pero como no lo hizo me tocaba a mí seguir con su faena, y lo iba a hacer con bastante ira y emoción. 

Ese día, o más bien esa noche hacía mucho frío, solo oía las ventanas tras ser agitadas por el viento y el crujir del suelo por el que iba hacia las habitaciones de estos torturadores, pero no sabía si estos pasos iban hacia el camino donde me libraré del dolor o hacia un dolor aún más profundo. Me entraban sudores cada vez más fríos según iba caminando y notaba mi sangre corriendo por mis venas. 

Llegué a una de las habitaciones y me quede observando una de mis víctimas, vi su figura debajo de las sábanas, como respiraba y me imaginaba como iba a estar tras apuñalarle, con todo lleno de sangre y sin ver ni sentir su respiración ni sus latidos. Estuve ahí un buen rato, y tras varios minutos se despertó y me vio allí, de su boca salieron palabras que no recuerdo, pero seguro que me preguntaba dónde estaba o frases parecidas. 

Saqué el cuchillo y de lo que sí que me acuerdo es de su reacción, como se quedó mudo en menos de un segundo y abrió los ojos mientras me rogaba que parase, que tuviese piedad, pero la piedad se me fue con sus golpes así que alcé el cuchillo y lo clavé con todas mis fuerzas en su pecho, y por fin contemplé la imagen que me había imaginado mientras le observaba, me quede viendo aquel espectáculo un rato, esa imagen era como música para mis ojos, y disfruté de aquel crimen que me libraría de aquella tortura y que por fin iba a dormir con lágrimas de alegría. 

 Pero la alegría tiene un final, como todo, y esta se acabó al ver que el que estaba durmiendo al lado se despertó y vio aquella escena tan perturbadora, que provocó que soltara un grito que despertó a todo el edificio. Yo estaba nervioso así que hice lo primero que se me paso por mi mente tras haber sentido el placer de matar a alguien, lo acuchillé también, igual que hice con el otro. 

 Segundos después entro una infinidad de gente a la habitación, algunos lloraban, otros gritaban y otros vomitaban tras ver aquella imagen tan desagradable, pasaron unos segundos, que a mí se me pasaron como una eternidad, era como ver una imagen a cámara lenta, aunque haya gente corriendo, para mí todo el mundo iba despacio, aunque hubiese gente gritando, para mí todo estaba en silencio, y de repente entró la directora, y con una voz muy suave y tranquilizadora me pedía que tirara el cuchillo al suelo, yo al principio no la oía, pero cuando empecé a darme cuenta de donde estaba, que había hecho y todo lo que me esperaba, cogí el cuchillo y con todas mis fuerzas lo clave sobre mi frente, dejando en el suelo el cuerpo de un niño al que se le pintaba una sonrisa en la cara sabiendo lo que ya no tendía que sufrir junto a un charco de sangre que contenía toda mi tristeza, tristeza con la que ya no voy a tener que vivir más, ya que la vida para mí ya había terminado. 

La Soga De La InfanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora