—A una fiesta para buscar a la madrastra malvada —farfulló el rubio con gracia.

—¿Siempre eres tan presuntuoso? —Katherine se sacudió al hablar, pero aun así la mano de Riven siguió sujetándola.

Este solo se encogió de hombros y nos hizo una especie de seña para que le entregáramos nuestros teléfonos, tal como nos había pedido antes de llegar.

La primera regla: no se permitían las fotos.

En mi mente, sus acciones representaban algo así como lo que las adolescentes suelen llamar "nuevo ship desbloqueado", haciéndome sonreír con cinismo al caminar a su lado.

No podía evitar imaginarme las escenas de una mala serie televisiva en donde Riven, Katherine, Félix y Sidney, vivían un tórrido cuadrado amoroso, de esos que te daban nauseas.

En cambio, y sin burla, solo pude sonreírles para luego hablar:

—¿Pueden callarse los dos? —alegué con fastidio, ya que los dos seguían discutiendo como niños pequeños—. Se supone que estamos en un asunto de espionaje, pero parece que como agentes secretos ustedes se mueren de hambre.

Ambos estallaron en una carcajada y se miraron con complicidad, dándome más razones para comenzar con un extraño shippeo que tal vez no iba a llevar a ningún lado.

Esa noche, no sería yo. Había seguido al pie de la letra todas las instrucciones que me habían dado; sería el personaje creado, la muñeca de ojos oscuros y extensiones de color azul en cabello. Los hombres eran poco observadores, en su mayoría imbéciles; así que iban a buscar a una chica rubia, pálida, vestida de clase alta y no una mujer con pintas de stripper y cuerina.

Cuando traspasamos el callejón y nos adentramos más en aquella fosa, pude notar como iba cambiando la situación. Tal como suponía y según los chismes de mi pueblo, cada compartimiento estaba dividido y necesitabas cierto estatus para lograr acceder a los otros.

El primero de los lugares, y que tenía un concepto abierto, era el vestíbulo o anfiteatro; libre para todo público y que conectaba directamente con lo que yo llamaba el primer círculo:

El limbo.

Donde recibías pequeños espectáculos de baile, alguna probada de la mercancía y medianas vistas de las cosas que ofrecían en el lugar.

El segundo círculo, tal como lo indicaba el recorrido, era la lujuria. Ahí tenías que poner una buena cantidad de pasta para poder tan solo ver a las codiciadas strippers de los hermanos del infierno bailar. Muchas de ellas, mujeres exóticas con cabellos tan rojos como el fuego y pecas que relucían sobre sus pieles.

Otras tantas, parecían incluso sacadas de la misma mitología, con pieles doradas o color moca que hacían lucir sus rostros brillantes y seductores. Luego, si querías probarlas, pasabas a la gula, el lugar donde sucumbías a tus más oscuras perversiones carnales; donde satisfacían tu hambre y caías en el pecado de la carne.

El mundo de los hermanos estaba lleno de referencias extrañas que hablaban de que, a pesar de toda la sangre y violencia que derramaban, no eran más que pobres y asquerosos mundanos.

Riven había instalado a Katherine con el que parecía ser un hermano de menor rango. Esta parecía embobada mientras se sentaba en el regazo de un hombre de unos treinta años y procedía a coquetearle de forma descarada.

Le animé con las manos a seguir y rogué a los cielos que por una noche olvidara su amorío con el idiota de Félix y consiguiera algo más.

Esta, muy sonriente, había exclamado que su sueño siempre había sido acostarse con un motociclista y que le iban los chicos malos, más bien, le iban los pendejos; idiotas que se aprovechaban de ella, porque si hubiera a qué se dedicaban en realidad estos hombre, hubiese dejando de respirar en menos de cinco segundos.

Mátame Sanamente Where stories live. Discover now