• CAPÍTULO 83 •

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—A mi si me importa, señor. De hecho, si tanto quiere expresarse puede tener una sesión psiquiátrica conmigo. Tenga seguro que yo no diré nada porque tengo un código de honor firmado y me pueden incluso meter a la cárcel.

—Yo no necesito meterla a la cárcel. Simplemente la mato si dice algo —se ríe, y no sé por qué.

—Debería de venir conmigo. Estoy libre todo el día y a todas horas, mi hijo todavía no llega.

¿Será?

—Yo no estoy loco, no necesito de su miserable ayuda.

La mujer se alza de hombros, sonriendo, y se va después de despedirse de mi.

Bah, tonterías, yo no necesito hablar de cómo me siento. Esas cosas mentales a mi no me convencen tanto, siento que todo son chiflazones de las personas.

Termino de beber mi vaso de jugo pero antes de marcharme, me llama mucho la atención lo que veo en el patio trasero. Es Karol, y está dando órdenes a los muchachos.
Abro la puerta corrediza para escuchar.

—¡Ustedes harán el cargamento que va para Tokio! Los compradores fueron muy explícitos, quieren que sean puntuales.

—Si señorita.

—Stewart, tú y tus hombres irán a Ohio, ya les he dado sus instrucciones por escrito.

—Señor —Morris me habla, así que me distraigo con él—Hemos localizado al hermano del señor Cooper.
Ignacio Cooper. Pero toda su demás familia ha desaparecido porque se han enterado de que usted los busca.

—¿Dónde está?

—Aquí mismo señor, está en el living.

—Guíame.

—Si señor.

Miro por última vez a la dirección de Karol y me voy con Morris.
Hay un hombre con las manos atadas a su espalda, las piernas esposadas y con una bolsa en la cabeza.

—Quítenle eso de la cabeza.

Así lo hacen. Está golpeado por mis hombres, ensangrentado y con la cara hinchada.
Aparte, llora.

—Ignacio Cooper. ¿Sabes por qué estás aquí?

—...Señor, señor Pasquarelli, yo... yo no sé lo que hago aquí señor.

—El joven es un repartidor de mercancía, vende de su marca en las esquinas de su barrio —me informa Morris y yo asiento. Es por eso que me conoce.

Camino lentamente hasta posar mis pies delante de él. Pobrecito, no deja de llorar. Es apenas un joven adulto.

—Tu hermano era mi mano derecha, ¿lo sabias?

—...Si, si señor.

—Cumplía todo lo que yo le ordenaba y era muy eficiente —no dice nada, simplemente tiembla. Así que me pongo de cuclillas para que me vea a los ojos—La única cosa que le aclaré mil veces, era que si llegase a tocar íntimamente a mi mujer, lo pagaría con su vida. No adivinarás lo que hizo.

—Mi hermano... mi hermano está muerto señor.

—Y la deuda continúa, Ignacio. No cualquiera puede venir, sobrepasarse con mi amada e irse con las manos limpias al infierno.

—Mi... mi hermano fue... fue dejado descuartizado, con todos los huesos rotos afuera de nuestra casa, señor. Él ya ha pagado las consecuencias de sus actos.

—Ese es el problema, que aquí soy yo el que decide lo que pasa como castigo —me paro—El delito que cometió es muy grave, y a ti te tocará seguir con la consecuencia de sus actos.

Tú, Yo y El Mal Where stories live. Discover now