3: No hay descanso para los débiles

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Abrió los ojos ante la palidez de la mañana. Era su habitación, no el Desire, pero en sus labios podía sentir el ardor del beso que marcó el inicio de la cuenta regresiva desde aquella madrugada. Todos los días 13, sin excepción, se despertaba de la misma manera: como si hubiese revivido el encuentro con ese a quien todos creían un humano encantador, pero ni siquiera era uno.

Min Dae Young.

De cara al mundo era un joven que encontró el éxito en Los Ángeles gracias a su carisma, trabajo duro y dedicación. Poseía, no solo el famoso club nocturno al que todos deseaban ir, pero pocos entraban, también era inversionista y, como si no fuera suficiente tener una ciudad (y más) a su disposición, cualquiera que lo viera sin conocerlo se perdía embelesado por su belleza. Él mismo llegó a distraerse con aquellas estilizadas facciones, el perfecto delineado de sus hombros como si se tratase de la obra maestra de un escultor renacentista. Todo en Dae Young era demasiado bello y perfecto para ser real, eso lo pensó cuando decidió buscar su nombre en internet antes de considerarlo como su salvación; ahora, lo había comprobado.

Ojalá sus encuentros con Dae Young hubiesen sido un sueño, nada más, un producto de su desesperada mente. Así se sentía estar en su presencia: había un ambiente soporífero que le impedía alejarse con facilidad, debía de ser demasiado determinado como para darle la espalda en cuanto cruzara miradas con él, pero Louis siempre terminaba quedándose más de la cuenta y ese fue el error desde el inicio.

Se metió a bañar intentando, como cada día 13, alejar aquellos pensamientos de su mente, pero al cerrar los ojos veía lo mismo: Dae Young en ese maldito traje rojo, observándolo desde el balcón en Desire con esa enigmática y odiosa expresión de saber cada uno de sus pensamientos. El camino a la oficina no era más bondadoso con él. Sabía, luego de los últimos meses, que muchos negocios o rostros en los anuncios le pertenecían a Dae Young de una u otra forma, así como ahora él se había vuelto de su propiedad. Toda la ciudad estaba a sus pies, obediente a sus órdenes, así era como lograba cerrar nuevos tratos: una cadena sin fin de contratos, personas que tenían unos pocos meses antes de perder sus almas, o ya la habían perdido y no tenían otra opción sino cumplir las disposiciones y los deseos de ese diablo, a menos que desearan sufrir las consecuencias.

Tras estacionar el carro, decidió ir personalmente a la cafetería más cercana para comprar algo que le permitiera pasar el día de la manera más llevadera posible, aunque sabía que eso sería prácticamente imposible. Quedó claro cuando, café en mano, se dio la vuelta y encontró a Vachirawit saludándolo desde una mesa.

En mitologías e historias los demonios son seres horrendos con cuernos y colmillos, figuras quiméricas que atemorizan gente, pero en su lugar, estaba aquel muchacho moreno de rostro angelical y sonrisa encantadora, casi inocente. Su porte era tan elegante como los carísimos pendientes en sus orejas, la ropa le hacía parecer el modelo perfecto que cualquiera desearía contratar sin importar el precio. Vachirawit era estúpidamente hermoso, igual que Dae Young, aunque quizás con algunos rasgos más suaves y cercanos a lo femenino. Era una combinación difícil de resistir, en realidad.

"Mierda", musitó Louis para sí mismo: no podía escapar, ya lo había intentado las primeras veces, pero los malditos siempre llegaban a él para "ponerse al tanto" de las nuevas. Le vio sacudir los dedos de una mano en una orden velada para que se acercara.

Resignado, Louis dirigió sus pasos hacia la silla vacía frente al demonio tailandés, quien tenía una pierna cruzaba sobre la otra y reposaba la barbilla en la palma del brazo que se apoyaba de manera vertical en la mesa. Su actitud le molestaba por una razón principal: parecía creerse el rey del mundo.

"¿Qué quieres esta vez?", preguntó cortante Louis.

"Primero que nada, buenos días. En segundo lugar, ¿qué clase de bienvenida es esta? Ni siquiera me compraste algo. Me gusta el capuccino de crema irlandesa acompañado de un éclair au chocolat."

Vachirawit -también conocido como Chira a secas- tenía esa sonrisa que escondía una constante burla. Louis ignoró el comentario y simplemente desvió la mirada por la ventana.

"Hagámoslo rápido, estoy..."

"Ocupado, sí, sí. Pero deberías agradecer que he venido yo, ¿o acaso hubieras preferido a RK interrumpiendo una de tus reuniones?"

No.

Su expresión lo decía todo: no prefería a Ryota Kusakabe, era fastidioso como un niño pequeño, no entendía cómo es que era uno de los "cobradores" de Dae Young, pero tampoco le importaba saberlo. De hecho, si a veces pensaba en un lado bueno de que el final del contrato se acercara, era que no tendría que soportar más a aquellos cuatro fastidiosos que no hacían otra cosa sino causarle dolor de cabeza desde temprano.

"Ve al grano."

"Ah, Louis, Louis, Louis... el tiempo corre y tú crees que puedes adelantarte. ¿Para qué? Tienes lo que querías, ¿no? Y te dieron un pago a largo plazo, deberías disfrutar el tiempo que te queda".

"Tienes razón, así que, si solo venías a funcionar como recordatorio, me voy."

Chira soltó una risa musical, agradable al oído y para nada acorde a su naturaleza diabólica.

"No deberías tratarme así. Después de todo, te queda solo un mes antes de que alguno de nosotros coseche tu alma y, quién sabe, si el jefe quisiera podrías volverte uno de nosotros". Se reclinó hacia atrás, su pecho y clavículas asomaban por el escote de la camisa blanca. "Quizás yo podría encargarme de darte la bienvenida" recorrió al humano con una mirada que le hizo sentir escalofríos en la silla; Louis estaba convencido de que, si aquellos demonios representaran un solo pecado, Chira sería la lujuria sin duda alguna.

"Todavía me queda un mes, así que piérdete."

Se puso en pie haciendo rechinar la silla contra el suelo y salió sin mirar atrás; no deseaba encontrarse con esa expresión casi sedienta en los ojos de uno de los cuatro demonios que Dae Young le mandaba cada mes, ni seguir escuchando las provocaciones con dobles sentidos de Chira.

El diablo está en los detallesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora