CAPITULO 1

223 17 5
                                    

La adicción es tal vez una enfermedad del espíritu” - Osamu Dazai

Lo primero que empezaré diciendo es que soy adicto. Soy adicto a la cola. Soy adicto al chocolate. Soy adicto al sexo. Empiezo a pensar en todas las adicciones posibles que tengo, y me doy cuenta que solo tengo tres y solo dos, se cumplen. Con lo de la cola, lo he intentado todo, cambiar a naranjada, a limonada, a cerveza, y la verdad toda bebida carente de ese chisporroteo y cafeína me da náuseas. En cuanto al chocolate, debe ser el cacao, me encanta esa sensación cuando te lo comes que se va deshaciendo en tu boca... es insuperable. En cuanto al sexo... lo adoro, veo vídeos porno, leo porno, me masturbo constantemente, pero la verdad es desde hace mucho que no he tenido el placer de comprobarlo con otra persona, pero cada día estoy caliente como el infierno, y a pesar que he intentado tener pareja, soy un desastre emocional, y un desastre de folla-amigo y folla-casual, aunque no sé si pueda pronunciarlo de esa manera. Pero aquí estoy, divagando en mis pensamientos. He empezado a trabajar en un sitio nuevo, el cual, por cierto, es bastante aburrido. El señor don jefe de las altas esferas ni siquiera se ha dignado a salir de su oficina para saludarme, así que ni sé cómo es, solo sé su nombre, Evan Campbell, conocido por mí mayormente, por el señor “escondido”. Bueno, pues tendré que esperar a que se digne a darme instrucciones precisas sobre lo que realmente quiere que haga, porque no creo que me vayan a pagar solo por resoplar, digo yo.

Mira ahí se abre la puerta, menos mal.... ¡Dios mío! Me he quedado con una cara de bobo que ni te cuento, es lo más maravilloso que haya podido ver en esta vida, y ahora definitivamente voy a tener una adicción nueva: Evan Campbell.

Cuando sobresale un poco de su despacho, le doy un buenos días, que por supuesto va acompañado por un sonido gallo-fónico, pero parece que no se da cuenta, y sigue a lo suyo. A primera vista y a primera palabra, es muy antipático. En cierto momento, parece que se da cuenta de mi patética existencia porque clava su mirada en la mía, ni siquiera sonríe, y me dice:

— Eres el nuevo. Bienvenido a empresas Campbell. En seguida te pasaré un correo electrónico con todas tus tareas. Si tienes alguna duda, pregunta, más valen cien preguntas que un trabajo mal hecho. Lo dicho, bienvenido.

Y acto seguido, vuelve a entrar en su despacho. ¡Hala! Todo de carrerilla, o sea que es como un manual andante de la empresa, bueno pero para eso es suya, ¿no?

Ahora me encuentro esperando a que pite mi ordenador, ya que estoy ansioso porque llegue el correo que me dirá dónde tengo cabida en esta empresa... y mientras tanto estoy pensando en lo guapo, alto, fornido que es mi jefe, aunque no se me ha pasado por alto, su mirada, muy bella pero muy triste en igual medida. Y reflexiono que debe tener un dolor muy profundo, muy profundo en su alma. Ya estoy fantaseando otra vez. Y ahora me voy por otros derroteros, y pienso en mí, en que normalmente no me permito el lujo de tener estos pensamientos, en que un día no muy lejano tiempo atrás, yo también tenía esa profunda mirada de tristeza, aunque la mía también se podía combinar con pánico, dolor y no quiero volver a pensar en ello. Me hace daño. Prefiero pensar otra vez en mis adicciones, y en el Sr. Campbell. ¡Ping! Acaba de llegar el correo electrónico. Y lo abro, y abro más mis ojos.... este hombre es una máquina, no es humano. Me manda tres archivos, uno de las normas de la empresa, tiene más de cien páginas. ¿Cien páginas de normas? ¿Dónde me he metido? El segundo archivo son las tareas a asumir, como soy el asistente legal, y contable de las empresas Campbell, mis obligaciones básicamente es administrar algunas de las empresas, cosas como adquisiciones, ventas, etc etc etc. El tercer archivo, me hace saltar de la silla. Es mi contrato de trabajo, sesenta horas semanales pero pueden alargarse más y que podían ser sábados y/o domingos, disponible para viajar, y un sueldo desorbitante, del cual no me habían hablado, ya que pensaba que me pagarían menos, pero claro, la señorita que realizó la entrevista no me dijo que tendría que trabajar tantas horas. ¡Uf! Sigo pensando en que me he metido en un buen lío, pero es que tenía que trabajar, aunque de hecho no tengo porque hacerlo.

Fieles AdiccionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora