El pequeño

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- Y, Leila, ella... Ella se fue.

La noticia le cayó como un balde de agua fría, Percy debía estar bromeando, ¿Verdad? Y, en cualquier momento, Leila saltaría y les daría tremendo susto, sí, seguro eso sucedería.

Sintió la mirada de Adad y Alizeh sobre él, esperando otra reacción.

Pasó un rato y nadie dijo nada, mientras su hermano se seguía sirviendo incontables tazas de té.

Bueno, ya dejaba de ser divertido. Comenzó a dirigirse al "cuarto" de la castaña, para ver si se encontraba allí, cosa que no sucedió. 'Obviamente, si quiere asustarnos, no se escondería en su cuarto' con esa idea en mente, salió de aquel sitio y se dirigió a la zona que compartía con el rubio, siendo seguido por tres pares de ojos, ya que Percival, por fin, había apartado la vista de su taza.

Oh, sorpresa, tampoco se encontraba allí, no hay problema, puede ser que esté fuera de la tienda, tanta tensión debía haberla estado consumiendo.

Estaba a punto de salir cuando sintió que lo agarraban del brazo, se giró, era Alizeh, que lo miraba como uno mira a un paciente al cual se le está por informar que le queda poco de vida, buscando las palabras para expresarse de la manera más dulce que pueda.

- Debe haber salido, ya sabes, para distraerse- dijo mirándola a los ojos.

- Allard, no... Percy tiene razón, ella se fue.

- No es gracioso, ¡Leila, sal ya!- exclamó hacia una pared, pensando que ella se encontraba fuera, esperando el momento perfecto para asustarlo.

- No es broma, Allard- le aseguró el príncipe de Lutei.

Las miradas se enfocaron en el menor, el cual había vuelto la vista a su taza, temeroso y apenado.

Finalmente, Allard cayó, la castaña se había ido, porque era sospechosa de cometer traición. Si pudiese, quemaría todo el campamento, sin ningún remordimiento, y asesinaría a Ámbar por haber surgido con aquella estúpida idea, todo con tal de que la muchacha volviese.

Desgraciadamente, para el azabache, había otro responsable. Percy les había notificado que ella había huido, por ende, él debió estar presente en su partida y no la detuvo. Comenzó a acercarse peligrosamente al antes mencionado.

- Allard, no...- buscó detenerlo Adad.

- Está bien, Adad, me lo merezco- fue lo único que pudo decir el rubio menor, antes de que el mayor de los herederos de Ignis lo tomase del cuello de la camisa y lo alzase, hasta quedar a su misma altura.

Intercambió miradas con su hermano, por primera vez desde que había entrado en la tienda. Se veía notablemente culpable y arrepentido.

- Sí, te lo mereces- confirmó el antes mencionado-. ¿Cómo lo permitiste?

- Ella me pidió que no la detuviese, dijo que era importante que se fuese...- explicó, luego de haber estado considerando un rato su respuesta, sin embargo fue interrumpido.

- ¡¿Y eso qué?!- le reclamó, viendo cómo Percy se encogía por el miedo y cerraba los ojos-. ¡Era más que obvio que pensaría en hacer una locura como esa! ¡Tu deber era detenerla de cometer esa locura!

- ¡Sabía que reaccionarías así!- todos se sorprendieron al escuchar cómo el menor se defendía-. ¡No lo entiendes! ¡Nunca entiendes! ¡Si Leila se quedaba, la matarían!

- ¡¿Y crees que ahora está más segura sola?! ¡Es un blanco fácil!

- Chicos, ya...- intentó la princesa de la Nación del Viento.

Desde las cenizasWhere stories live. Discover now