Otro punto de vista

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Leila no podía creerse lo que acababa de hacer... ¡Abrazó al príncipe Allard, por el Fénix! Uno de los príncipes más codiciados entre todas las mujeres ¡Y sin su consentimiento! No podía sentirse más avergonzada, pero, la verdad, es que se sintió tan agradecida de que él intentase calmarla.

Se sentó en la cama para intentar aclarar sus ideas: había abrazado al príncipe y luego lo había tomado del brazo... ¿¡Por qué siempre hacía cosas sin pensárselas!? Actuaba y después pensaba, ¡Se supone que es al revés! Justamente como cuando lo conoció, que le tiró de las orejas y luego lo amenazó, ¡Tuvo suerte de que no se lo contase a la reina!

Probablemente, se debió sentir asqueado de su contacto, es decir, con lo sorprendido que estaba. Desde que se conocieron, pensó que le había estado guardando resentimiento, pero lo que le había prometido de mantenerla segura la hizo pensar de que, quizás, no la detestaba y eso la hizo sentirse aliviada; nadie quiere el odio de un miembro de la familia real.

Especialmente teniendo en cuenta los medios con los que esta contaba. El barco en el que se encontraban era un claro ejemplo de ello: era gigantesco, no era lo más discreto pero Leila sabía que contaban con los medios suficientes para tener naves más sigilosas que un grupo de asesinos bien entrenados y hasta podían hacerla invisible; los camerinos no tenían nada que envidiarle a las habitaciones del palacio, está bien, en ambos casos, las habitaciones de la muchacha no eran tan grandes, pero tenían lo necesario, es decir, una cama, un baño y hasta un armario; y, si se iba a la zona de la tripulación, había un montón de gente, desde cocineros o marinos hasta guardias reales que había visto en el palacio, ¿En qué momento subieron al barco?

No tenía idea qué tan bien económicamente se encontraban los otros reinos, pero lo más probable es que se encontrasen igual o mejor que Ignis, nombre oficial de la Nación de Fuego. Ahora que lo pensaba, nunca había conocido ninguna otra familia real más que la Blodafyre, no por ser pretenciosa, la verdad es que era muy curiosa, pero tenía un poco de miedo por lo que se encontraría en aquella nación.

Sabía que se encontraba bajo el agua y que llamaban a su capital La Atlántida, su hermanito, Peter, le encantaba leer y, cuando ella le dijo de su destino en ese viaje, le informó que era una ciudad que se había hundido y que le había pertenecido a la Nación de la Tierra, pero que, cuando se hundió, ninguna de las naciones tenía conocimiento alguno de que la otra existía, que cuando Terra descubrió lo que había sucedido con su ciudad, había decidido dejarlo así y hacer un tratado en el que, a cambio de La Atlántida, la Nación del Agua sería una aliada de por vida.

De las mejores cosas de las que se pudo enterar, si pudiese leer, le gustaría leer todo lo que el menor siempre le cuenta o que lo ve leyendo. No es que no supiese leer, simplemente no era muy buena, era muy lenta y se trababa mucho; cuando su madre murió, alguien se tenía que ocupar de los mellizos, lo cual la hizo dejar de lado su aprendizaje y enfocarse en sus hermanitos, pero, cada que podía, los hacía leer.

Pero, ¿En qué estaba pensando? Quizá se debiese a que, cada vez que se ponía ponía nerviosa, pensaba en su familia y esta situación no era la excepción. Hasta se podía imaginar lo que Brisa le diría "Si pensaste que estaría bien en darle un abrazo, ¡No hay problema! ¡Todos aman los abrazos!", soltó una carcajada, su hermanita se podía definir tan bien con esa frase.

Decidió que lo mejor era dejar de salirse del tema y que, cuando llamasen a la cena, diría que no se encontraba en óptimas condiciones y que no comería, de una forma u otra era cierto: no quería vomitar y no tenía hambre. Ya vería cómo haría la mañana siguiente para arreglárselas, pero, de una cosa estaba segura, lo mejor sería no acercarse mucho al azabache.

Casi le da un infarto cuando llamaron a la puerta.

- Leila, querida, ¿Puedo pasar?- lo que le faltaba, otro miembro de la familia real. De igual manera, se levantó a abrirle la puerta; por alguna razón, la mujer siempre lograba calmarla.

Desde las cenizasWhere stories live. Discover now