Capítulo 10

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—Es un piso pequeño.

Y muy desordenado, pensó Jennie, aunque esto no llegó a decirlo en voz alta. Le mortificaba que Lalisa viera su hogar en aquel estado. Olía a cerrado. Había dejado parte de su armario desperdigado sobre la cama. Los zapatos, apilados de cualquier manera en una esquina. Cacharros sucios en el fregadero. La basura, sin tirar, oliendo a algo que prefería no imaginar. Carcasas de juegos esparcidas por la alfombra del salón. Un rollo de papel higiénico desplegado sobre el sofá. Y ya no quiso fijarse en nada más porque aquello era un verdadero desastre.

Se acordó entonces de las palabras de su madre. De su reproche típico: «Vives como una estudiante». Y así era. Debería empezar a plantearse vivir de otra manera, con más orden e higiene, acorde a su edad. Ya no era una niña, pero en aquel momento tenía otras cosas en las que pensar.

—Te sacaré la cama inflable para que duermas mejor; el sofá es un poco incómodo —dijo, intentando recordar dónde la había dejado. Esperaba que no fuera en el trastero porque no le apetecía nada bajar al garaje a aquellas horas—. Lamento el desorden.

Lalisa se limitó a asentir con la cabeza y Jennie le agradeció que no apostillara nada al respecto. Se fue entonces a la cocina y empezó a lavar con fruición los cacharros amontonados en el fregadero.

—Enseguida estoy contigo —alzó un poco la voz para que Lalisa la escuchara desde el otro extremo de la casa.

Allí estaban, una vez más, y de nuevo no sabía por qué ni cómo había llegado a esta situación.

Hiciera lo que hiciese parecía predestinada a no librarse de Lalisa. Y la verdad es que casi se había acostumbrado a su presencia. Quizá no tanto, pero ya no le parecía amenazante o peligrosa, solo extraña. Seguía sin saber mucho de ella (nada, en realidad), pero el miedo que había sentido en Seúl se estaba evaporando. Suponía que la culpa la tenía el alcohol, que le hacía bajar la guardia, pero estaba tan cansada que ya se preocuparía de ello por la mañana.

—He pensado que, como es tarde, hoy mejor duermes aquí y ya mañana puedes buscar un sitio donde alojarte —dijo al salir de la cocina mientras se secaba las manos con un trapo—. A no ser que tengas a donde ir…

Dejó esta frase colgando en el aire con la esperanza de que Lalisa respondiera afirmativamente. «Sí, tengo donde ir, no te preocupes». Algo así. Pero la extraterrestre permaneció callada. Le dedicó una dulce sonrisa, sin más.

—Creo que tengo la cama inflable por aquí —continuó diciendo Jennie, mientras arrastraba una silla para buscar en el altillo de su habitación. Para su fortuna, la caja estaba allí. Solo tenía que inflarla y ya estarían listas para dormir.

Estaba tan cansada que lo hizo todo de manera mecánica. En menos de un minuto el colchón estaba inflado y Jennie lista para meterse en la cama.

—Si tienes hambre, siéntete libre de atacar la nevera. Aunque, bueno, no hay mucho. Tengo que ir al supermercado. Y si necesitas ir al baño, está allí.

—Muchas gracias. Jennie es… —Lalisa se corrigió enseguida—: Eres muy amable. No sé qué habría hecho aquí sin ti. Espero poder recompensártelo algún día.

—Sí, a lo mejor algún día puedes invitarme a tu planeta, eh —se burló.

—Oh, sería una buena manera de agradecerte todo lo que has hecho. Eso por descontado. Pero no estoy segura de que sea posible.

—Bueno, es tarde. Mejor vamos a dormir.

Jennie no deseaba hablar de vidas de otra galaxia. De hecho, no quería escuchar nada más de todo aquello. Sentía que la cabeza le daba vueltas por culpa del alcohol, y la insistencia de Lalisa en contar batallas interestelares le hacía sentir exhausta. Le hubiese gustado un resquicio de realidad, para variar. Se desvistió y se puso el pijama. Había cerrado la puerta, pero no tenía pestillo, así que la miró de reojo, con cierta preocupación. Si mueres esta noche, tú te lo habrás buscado, se dijo a sí misma, escurriéndose bajo las sábanas, pero entonces la asaltó una idea.

De otro planeta  [Jenlisa] حيث تعيش القصص. اكتشف الآن