Capitulo 35: Sentada en mi alma

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— Muero por llevarte al límite — Sonrió — Te haré gritar, te haré inventar palabras nuevas, te lo aseguro.

Estaba exhausta, apenas podía respirar sin sentir que jadeaba cuando su polla comenzó a taladrarme con una fuerza descomunal. Me inmovilizó con sus manos de tal forma que no podía zafarme. Literalmente sentí que me orinaría en cualquier momento o al menos esa era la sensación que sentía justo antes de correrme a chorros. Escuchar a Alessandro gemir era algo fuera de este mundo. Su voz se tornaba más gruesa, su rostro se ponía rojo y sus pupilas rosadas totalmente dilatadas. Me hizo gritar, sus testículos chocaban con mis nalgas con cada embestida y dando una última fuerte, y asoladora, gritó llevándome a mi esta vez a mi límite.

— ¡Joder! ¡Dios! Voy a correrme nena

Eyaculando en mi interior dejó caer sus manos a su costado quedando exageradamente exhausto. Su leche mezclada con mis fluidos nos hacían resbalar uno sobre otro. El temblaba al igual que yo, estaba jadeante, alterado pero también lucía extraño.

— Estás... estás sentada  en mi alma Alicia. Te amo tanto..., que ya no sé qué sería de mi vida sin ti cariño.

Derramando una lágrima mezclada de placer y al mismo tiempo de culpa, besé sus labios suavemente y con la voz entrecortada, respondí.

— Perdóname, te he juzgado duramente y sólo tratabas de protegerme.

— Perdóname tú a mi nena, por haberte lastimado. — Esbozó una sonrisa — Que no te quede duda de algo, eres la mujer de mi vida. No sabes cuanta falta me has hecho mi amor. Te he necesitado tanto, me estaba volviendo loco.

Besé su frente sonriendo, nos amábamos y nuestros cuerpos eran testigo de ello. Note en su rostro algo de aquejo. Aunque intentó disimularlo me di cuenta y pregunté si le pasaba algo y negó con la cabeza. Intentó distraerme con besos y caricias pero lo detuve exigiendo la verdad.

— No me mientas por favor.

— Es..., es solo algo de dolor pero nada grave. Te lo prometo.

— ¿Te duele? ¿Qué te duele?

— Todo el cuerpo pero..., con analgésicos se alivia cariño.

Sintiéndome de cierta forma responsable, me puse en pie y cubriéndome con una manta que había sobre el sofá negué con la cabeza indignada. Su enfermedad empeoró y él quería que yo no me preocupara. ¿Estaba loco? Tener sexo se supone que fuera algo placentero y para el comenzaba a simbolizar dolor. Fui a buscar unos analgésicos con una poca de agua y dándoselos me senté a su lado preocupada.

— No quiero que tengas dolor. Si tener sexo te provoca dolor, ya no lo tendremos.

Alessandro por poco escupe el agua al escucharme. Decirle eso a él era como decirle que jamás podría volver a sentir placer en su vida. Indignado puso los ojos en blanco.

— Vivo con dolor Alicia. A veces hasta el respirar me da dolor. No es sólo el sexo. Eso se resuelve con medicamentos.

Sacó del bolsillo de su saco el anillo que le devolví y dándomelo comentó.

— Quiero que lo conserves. Mi mayor deseo en el mundo es que seas mi mujer, mi esposa. Pase o no, quiero que lo conserves, por favor.

Sonreí y mirando el anillo comencé a ver las cosas de manera distintas. El tiempo era valioso, el amor era como el oro y ya bastaba de darle el gusto a los demás al estar separados con la vida hecha una mierda. Alessandro era mi hombre, fue el hombre que me rescato de un abismo infernal, fue el hombre que me hizo querer creer nuevamente en el amor. Fue el hombre que me hizo sentir mujer por primera vez y no estaba dispuesta a dejarlo ir esta vez ni por Carla, ni por nadie.

La teoría del amor Onde histórias criam vida. Descubra agora