Lo único bueno de la soledad, es que podía patinar en los pasillos del palacio escuchando música, sin que nadie lo molestara. O que podía ver muchos dibujos animados o las noticias si se encontraba aburrido. Pero sobre todo, le gustaba leer el correo, el correo que le llegaba de los ciudadanos, personas que le escribían con sus corazones expresando su más sincero estima por su nueva relación con el príncipe Yeonjun, contándole que verían su ceremonia, colgaban un poster de ellos en su cuarto o simplemente que estaba felices del amor sincero que se tenían. Había leído muchas, demasiadas para pasar el aburrimiento, pero cada una era especial a su manera, todas ellas expresaban que sentían que podían escribirle a él, que se sentían seguros de hacerlo, hasta niños le escribían, recordando a sus pequeños niños de la escuela a quienes tuvo que abandonar para poder estar con Yeonjun.

Recordó la pequeña carta de una niña “¿Puedo estar en su cortejo? Nunca fui parte de un cortejo, pero mi hermana sí. Estoy feliz de que se case con un príncipe, yo también quiero hacerlo algún día y que me quiera tanto como el príncipe Yeonjun a usted. Hikaru, siete años”

Todos admiraban su relación, hasta las escuelas hacían sus proyectos finales sobre la boda que iba a tener con Yeonjun. Era extraño tener tanta atención.

— Vamos a practicar el discurso que vas a dar

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— Vamos a practicar el discurso que vas a dar. —su abuela habló de forma firme.

Otra de las cosas que debía acostumbrarse es que cambio a los niños de la escuela por lecciones de como ser príncipe, como vestir, cuando vestir, que decir, como actuar, a quien le debe una inclinación ahora que no es príncipe. -por qué luego iba a aprender a quien le debía inclinación siendo un príncipe.-, responder a las cartas de las personas del pueblo. -aunque no era obligatorio.- y su favorito, sus clases de baile. Todo era confuso y debía aprenderlo lo más pronto posible, y a petición del mismo rey Jungkook, su abuela se estaba encargando de enseñarle, pues el rey había dicho que estaba ocupado como para hacerlo.

— El príncipe y yo estamos increíblemente agradecidos por... —Beomgyu comenzó a hablar moviendo sus manos, recibiendo un golpe en estas mismas.

— Usas demasiado las manos. Haces gestos cuando hablas. Los gestos nos traicionan, revelan si estamos ansiosos, nerviosos o enojados. Mejor que no se note, no hay que expresar emociones. —su abuela sacó una cinta de su bolsillo para amarrar los brazos al cuerpo del chico.— Se sabe que la reina Taeyeon les enseñó a sus damas de compañía a atarse con una cuerda para evitar que agitaran los brazos como las aspas de un molino.

— Sí, abuela.

— Empieza desde el principio. —exclamó la mujer.— Y no quiero ver una mueca en tu rostro. Eres demasiado expresivo con tu rostro, Choi Beomgyu. Debes mostrar seguridad, si estás seguro, le muestras seguridad a tu reino.

— El príncipe y yo estamos increíblemente agradecidos por contar con su presencia en esta ocasión tan especial para nosotros…

Beomgyu se abrazó a sí mismo en la noche, estaba tan asustado en cómo había cambiado su vida, no podía hablar con sus padres, su hermano mayor Donghyuck o siquiera Kai, quien estaba pasando estas mismas clases, pero de forma más leve y con mucho más tiempo de sobra. Quería volver a la escuela con los niños, donde había calor humano, donde ellos no escondían nada, ni siquiera en todo lo que llevaba en el castillo pudo relacionarse con alguien de la familia. Estaba solo. Yeonjun no contestaba sus llamadas, su secretario decía que estaba ocupado con cosas.

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