Primera Parte

864 15 6
                                    

Se trataba de una gran habitación, una enorme sala de forma circular. Sobre la base de la misma había una gran rueda incrustada, de la cual salían decenas de cuerdas que servían para hacerla girar. ¿El por qué? Simplemente eso: hacerla girar.

Las pared, como ya hemos dicho,  era circular, y el techo era alto, quizá a unos veinte metros del suelo. De uno de los lados sobresalía un pequeño balcón desde el cuál un guardia enmascarado vestido de blanco y armado con un hacha vigilaba todo lo que sucedía en la gran habitación.

Todo estaba en silencio, completamente estático. Sin embargo, el guardia nunca quitaba ojo de los que allí sucedía. Firme y con el hacha siempre sujeta en sus manos. Así permanecía siempre el guardia.

A uno de los lados de la habitación había una puerta metálica. Algo curioso, ya que tanto las paredes como el suelo y el techo eran de piedra maciza.

De repente la puerta se abrió y de ella aparecieron tres mujeres, de unos treinta años. Las tres vestían de gris, aunque seguramente sus ropajes en un principio eran blancos. Iban sucias, caminaban con la cabeza agachada. Su pelo estaba sucio, despeinado. Incluso una de ellas parecía haber estado llorando no hacía mucho.

Caminaron lentamente hasta el centro de la estancia y permanecieron quietas. Se miraron entre ellas, pero rápidamente apartaron la mirada.

- ¡Deben coger las cuerdas del suelo! -gritó el guardia desde las alturas. Las tres mujeres no se habían percatado de su presencia, incluso una de ellas dió un pequeño grito al oírle-. ¡Deben hacer girar la rueda!

Las mujeres miraron al suelo y vieron las cuerdas. Volvieron a mirarse entre sí, y casi al unísono tomaron la primera cuerda que tenían a mano y empezaron a tirar de ella. Al principio la rueda del suelo no se movió. Tuvieron que tirar aún más fuerte para conseguirlo. Una de ellas, la que parecía haber estado llorando, apretó los dientes. Estaba usando mucha fuerza para hacerlo.

Para su sorpresa y tranquilidad, no tuvieron que seguir haciendo la misma fuerza al cabo de unos minutos. Era como si con el rozamiento de la rueda contra el suelo se hubiera engrasado el mecanismo. Aquel grandioso aparato de desconocido origen tenía la suficiente inercia para poder seguir girando sin necesidad de tirar de él. Como si la mente de las mujeres se hubiera puesto de acuerdo dejaron de tirar. Sonrieron al ver que habían conseguido hacer girar la enorme rueda. Dieron un resoplido. Descansaron.

- ¿Se puede saber que hacen? ¡No pueden dejar de tirar de las cuerdas! -gritó el guardia al ver aquella escena. Tomó el hacha con las dos manos para dar mayor miedo. Consiguió el efecto deseado.

Las mujeres cogieron con suma rapidez sus respectivas cuerdas y empezaron a tirar más fuerte que antes. La rueda giró más rápido que antes, pero a ellas no les importó. Aquel hombre, desde las alturas y con el hacha entre las manos les impuso lo suficiente como para atemorizarlas. ¿O quizá su miedo tenga que ver con algo que hubiese pasado anteriormente?

Pasaron varios minutos, los suficientes como para que las tres mujeres sa cansasen de tirar con tanta fuerza de las cuerdas. Una de ellas cayó al suelo, o tal vez se tiró para poder sentarse durante unos pocos segundos a recobrar el aliento.

- ¿Acaso no me he explicado bien? Tienen que hacer girar la rueda, ¡las tres a la vez! -gritó el guardia.

Volvieron a ser tres las que tiraban de las cuerdas en menos de un segundo, pero en esta ocasión no lo hicieron con la misma fuerza que antes, si no lo justo para poder hacerla girar. Miraban al suelo, al techo. Cerraban los ojos mientras el sudor salía por los poros de su piel. Incluso una de ellas empezó a gemir de cansancio, y casi telepáticamente las compañeras redujeron la velocidad para que pudiera descansar. Al ver aquello el guardia sonrió, pero ellas, desde abajo, no pudieron verlo.

LA RUEDAOn viuen les histories. Descobreix ara